Bizkaia y Navarra 2016

Los fines del semana 12-13, y 26-27 de noviembre hemos celebrado los retiros de Bizkaia y de Navarra respectivamente. Como siempre, han sido una bendición de Dios. La alegría y la experiencia de encuentro con Jesús han sido una realidad gozosa. Damos gracias al Señor por ello. Como habitualmente, el retiro ha seguido el hilo de la Asamblea Nacional de Madrid, intentando profundizar y traer «a casa» lo que allí vimos y oímos. Estamos, por tanto, agradecidos al Señor por lo grande que ha estado. En esta ocasión, por coincidir con el final del Jubileo de la Misericordia, y porque así nos lo pidió el Señor, vivimos dos momentos especialmente intensos: la reconciliación sacramental y la oración de sanación. Tanto en Bilbao como en Burlada hubo suficientes sacerdotes para atender a todo el grupo. Y eso nos ha llenado el corazón de paz.

Dejamos aquí la transcripción de cada una de las enseñanzas, de las palabras, de la oración de sanación y de la homilía. Básicamente, es la transcripción del retiro de Bizkaia, que tuvo la misma temática que el de Navarra, aunque. lógicamente, tengan sus diferencias. En el título hay un enlace a través del cual pueden ser bajadas, pero las dejamos seguidas una de otra para que no sea preciso cambiar de página en su lectura. Agradecidos, como siempre a estas hermanas que con tanto cariño hacen esta labor.

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ÍNDICE

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1.- Palabras de acogida

Quiero dar la bienvenida a todos a los que os conozco, dar la bienvenida -ya lo hemos hecho arriba-, dar la bienvenida aquí, delante de todos los hermanos, a los que habéis venido por primera vez, los que habéis venido nuevos: ¡bienvenidos y que os sintáis muy acogidos aquí!, entre todos nosotros.

También quiero deciros algo; sabéis que normalmente este retiro que tenemos después de Madrid y al comienzo de curso, en Bizkaia, tiene un sentido profundo de ver por dónde el Señor nos lleva.

El Señor en Madrid nos marcó un camino, nos decía –el lema decía-: “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia”. Hemos escuchado a nuestro hermano de Tanzania, Álex, hemos vivido todo el retiro, hemos vivido en el encuentro una experiencia muy buena con todos los hermanos, con lo que el Señor ha ido poniendo, pero ahora llegamos a Bizkaia y decimos: y esto, para nosotros, ¿qué supone?. “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia”.

El Señor ha puesto en nosotros unas pinceladas de lo que parece que Él iba suscitando, y yo por lo menos lo resumo en algo: “Tenéis que vivir, tenéis que vivir este amor con el que Yo os he amado; con amor eterno, un amor desde siempre, para siempre. Tenéis que vivirlo, no sólo proclamarlo, no sólo conocerlo, sino vivirlo, y vivir en el amor. Con amor eterno te he amado, por eso, porque te amo y porque te he amado desde siempre y para siempre, por ese amor Yo te he atraído con misericordia. Con misericordia. No a la fuerza, no con castigo, no con mano dura, no con mano fuerte; con misericordia. Con misericordia”.

Y ¿cómo se puede hacer esto?. ¿Cómo podemos continuar?. Pues en lugar de añadir cosas a lo que hemos oído y a lo que hemos vivido en Madrid, el Señor nos llama a profundizar y a vivir lo que se nos ha proclamado. ¿Cómo podemos vivirlo?. ¿Cómo podemos recibir el amor de Jesús si nuestro corazón está cerrado?.

¡Cómo podemos recibir un regalo que alguien nos quiera dar si nuestra puerta está cerrada!, y dentro de la puerta estamos nosotros, y quizás no tenemos para comer, quizás tenemos una habitación sucia, quizás tenemos una habitación destartalada porque no tenemos dinero. Quizás no tenemos medios, no tenemos manera, no tenemos fuerzas y estamos aislados ahí porque no encontramos salida. Imaginaos que alguien llama a la puerta y trae un cheque con una cantidad de dinero muy grande que nos sacaría de todo ese agobio y de toda esa miseria, y de toda esa situación en la que estamos viviendo. Pues, fijaos, si no abrimos la puerta, aunque el regalo sea maravilloso y sirva para cambiar nuestra casa, para cambiarnos a nosotros, para cambiar nuestra vida, para salir toda la familia adelante, para … ¡pues nos quedaríamos igual!.

El que trae el regalo, ¿tiene la culpa?. No. No. ¿Nosotros tenemos la culpa?. No, tampoco. Quizás estamos con tanto frío y tan atemorizados, y tan… que no nos atrevemos; pero el caso es que por no atrevernos, por el frío, porque estamos medio atados, porque estamos encerrados, nos quedamos sin recibir ese regalo. Y ese regalo es la solución para nuestra vida.

Hay algo muy importante que el Señor también, hoy, nos quiere regalar. Y es su perdón. Porque el perdón del Señor nos hace vivir el amor, el perdón del Señor nos libera. El perdón del Señor hace que esa persona que está ahí, en esa habitación, encerrada, sienta que se rompen sus cadenas, sienta la fuerza para abrir la puerta y recibir al que viene, y el que viene es el Señor, y el regalo que nos trae es el regalo del amor. Sólo así podremos abrazar al Señor. Y el Señor viene hoy, hoy, a hacer, a realizar su obra.

Por eso, en este retiro, después de que termine de hablar vamos hacer un ratito de oración, vamos a tener una enseñanza donde Lázaro nos va a abrir este primer camino, y luego va a haber un tiempo bastante largo, desde las siete y media hasta hora de la cena, aproximadamente, donde vamos a tener cinco sacerdotes; Jon, Lázaro, vendrá Samu, y también vendrán Ostiz y Zubiri.

¿Por qué hemos hecho esto y vienen todos estos sacerdotes?. Para dar una oportunidad, para que todo el mundo, todos los hermanos, podamos vivir, podamos poner en práctica… Porque a veces, cuando escuchamos la Palabra del Señor, decimos: ay, yo siento la necesidad de que el Señor me suelte las cadenas, de que el Señor me llene de su amor, de que abra las puertas y las ventanas y de que entre, y recibir ese abrazo del Señor. Porque el Señor viene a darnos su amor, y para darnos su amor tenemos que abrir la puerta, la puerta de ese perdón, la puerta al Señor para que Él nos reciba, y para recibir ese perdón que Él nos quiere dar y que es muy importante que estemos preparados y que estemos abiertos de par en par.

¿Aquí termina todo?. No, terminamos este momento, tendremos la cena, pero mañana habrá un momento después de los laudes, donde … Muchas veces, todos, tenemos la experiencia de que le hemos pedido perdón al Señor pero en nuestro corazón han quedado heridas. Vamos a pedir al Señor a través de una oración de sanación y de intercesión que Él sane esas heridas. A veces nuestro pecado deja esas heridas, a veces la vida pone esas heridas, a veces las tenemos de mucho tiempo. ¡Hay veces que no podemos ni alabar al Señor porque estamos muy atados!.

Hace mucho tiempo que no tenemos un espacio así, de calma, para orar, para recibir el perdón, para que el Señor nos sane –¡también habrá una enseñanza mañana!-; por eso este retiro, es un retiro en el sentido de experimentar con paz y tener la oportunidad, -que otras veces, al ser muchos y estar Lázaro sólo, ha sido imposible- tener un tiempo para esta confesión. Porque muchas veces cuando recibimos al Señor, abrimos los ojos y las puertas y vemos la necesidad de correr hacia el Señor para recibir su abrazo y recibir su perdón.

Hermanos y hermanas, yo os invito a que desde el primer momento, desde este momento, abramos el corazón al Señor. ¡Abramos el corazón al Señor!, porque el Señor nos espera en este retiro para ponernos en pie, para –si estamos con las rodillas vacilantes y con el ánimo que se nos cae- levantarnos, porque no tenemos más que mirar a nuestro alrededor y ver que este mundo que nos rodea no camina precisamente para favorecer que la fe y el amor del Señor se expanda.

Hoy más que nunca no tenemos más que poner la televisión, encenderla, cualquier medio de comunicación, y vemos la falta que tiene nuestro mundo del amor del Señor, y de conocer al Señor. Y el Señor nos necesita para que nosotros -en primera persona-, recibamos ese amor, nos libere de todas las cadenas que nos atan, nos cure y nos sane de todas las heridas, de todos los traumas, de todos los complejos, de todas las cosas que nos atan, y nos lancemos para llevar ese amor, y seamos canales para llevar el amor del Señor allí donde Él quiera: en nuestras familias, en nuestros vecinos, en el lugar de trabajo,… cada uno donde esté y como esté.

Ahora es tiempo de abrir las puertas al Señor. Ahora es tiempo de dejarnos tocar por el Señor. Ahora, este momento, después de este mensaje que hemos recibido en Madrid, es tiempo, nosotros, de ponernos delante del Señor y de recibir todo del Señor.

Os animo, os animo a que pongamos todo nuestro ser en la presencia del Señor. Con ánimo, con esperanza. ¿Por qué?. Porque ya sabemos de quién nos hemos fiado. Ya sabemos que el Señor es grande, y ya sabemos que el Señor es nuevo, y ¿por qué nos juntamos todos aquí?. Porque muchas veces uno viene un poco decaído, parece que a uno donde está, parece que se le quitan las fuerzas, los ánimos, la fe,… porque muchas veces uno está rodeado de un ambiente muy contrario.

Por eso tenemos que reafirmarnos, no para luchar contra nadie, ¡siempre a favor del Señor!, porque Él es quien nos llena con ese amor tan precioso, tan gratuito, porque Él quiere, porque Él lo desea, porque es el primero. ¿Para qué?, para que libres de todo temor, ¡libres de todo temor!, le sigamos con ardiente amor y con ardiente corazón, y llenos de su misericordia. ¡Gloria al Señor!

2.- Primera enseñanza. Con amor eterno te he amado

Comenzamos el retiro ambientando y recordando lo que hacemos cada año en este encuentro de Begoña. Hemos tenido un retiro en Madrid –como decía Josune-, y hemos escuchado una palabra del Señor que abre camino para este año, para este curso. Y acostumbramos aquí, en Begoña, a retomar esa palabra de un modo más íntimo, -en nuestro txoko de Begoña-, para escuchar esa palabra con un poquito más de calma. Tal vez con un poco más de cercanía, si es posible.

Es inevitable en ese sentido que repitamos cosas que igual hemos oído en Madrid, pero que pertenecen a ese mensaje que Dios nos quiere dar y quiere insistir en él en el comienzo de este curso.

Por otra parte, os quiero recordar a todos que mañana, 13 de Noviembre, se cierran las iglesias jubilares –salvo la de San Pedro, en el Vaticano-, por lo tanto termina el jubileo de la gracia, de la misericordia.

El Señor nos ha incitado, nos ha movido, con esta fecha del cierre, del término, del año de la misericordia, nos ha incitado a que el tema de nuestro retiro hoy tenga un carácter muy vivencial. Que nos sea sólo un mensaje que escuchamos para aprender cosas del Señor, sino que sea sobre todo una experiencia que queramos vivir del Señor.

Siempre hemos intentando que nuestros retiros sean sobre todo experienciales, porque han sido… los retiros de la Renovación Carismática han tenido siempre esta marca, la marca del paso del Espíritu, del paso de Jesús, que nos renovaba, que nos daba la experiencia de un amor nuevo, de una vida nueva. Y este retiro está puesto para que, especialmente, no sean palabras y mensajes que escuchamos sino que, desde lo que escuchamos, entendamos que lo que Dios quiere no es que lo entendamos, sino que lo vivamos.

Por eso hemos puesto, después de esta enseñanza de la tarde, un tiempo amplio para la misericordia. Hay muchos de vosotros que os habéis podido acercar al sacramento de la reconciliación; otros igual no habéis tenido la oportunidad, pero tendremos un tiempo amplio; y el que ya lo haya vivido y no necesite vivirlo, pues tendrá tiempo para reflexionar, para orar y para compartir y para pasear. Estamos en la casa del Señor, y estamos con el Señor, y lo importante es que vivamos esto.

Mañana, después del tiempo de laudes, tendremos –como ha dicho Josune- un tiempo de intercesión, de sanación. También porque si todos los temas son en su intención, vivenciales, el tema más vivencial que podemos querer vivir es el del amor de Dios.

Es hermoso, es grandioso que alguien proclame el amor que Dios nos tiene. Es grandioso escuchar que Dios nos quiere tanto, pero eso nos valdría de muy poco si sólo quedase en un anuncio, si nos fuéramos de aquí con una palabra que hemos escuchado como si fuera una promesa de futuro, pero que no toca nuestra vida. Si hay algún tema que tiene que tocar nuestra vida, que se tiene que encarnar –y yo quisiera ayudaros justamente a eso-, es este tema del amor.

Partimos por lo tanto de ese lema que nos unió en Madrid: “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia”. Es el libro del profeta Jeremías, capítulo 31, versículo 3.

Jeremías hace encontrarse a Israel en el desierto, en un momento de una dureza en la vida tremenda. Se le ha caído todo, se cae todo aquello en lo que Israel se sustentaba, parece el momento en el que el anuncio que hay que hacer a este pueblo es: ¡ya no te queda nada! Ya no tienes nada que vivir; has desperdiciado, has malgastado la gracia que Yo te di y no te queda nada. Estás en un desierto donde no florece la vida.

“Así dice el Señor”-versículo 2 del capítulo 31-: “en el desierto me mostré bondadoso con el pueblo que escapó de la muerte”. En el desierto Yo me muestro bondadoso. En el momento en el que aparentemente nada tienes, nada te sustenta, Yo me muestro bondadoso.

Cuando Israel buscaba un lugar de descanso, me aparecí a Él de lejos: “Yo te he amado con amor eterno”. “Me aparecí a Israel de lejos: con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia”. Jeremías, 31, versículos 2 y 3.

Estamos tocando el tema corazón, el tema central de la palabra de Dios en la escritura, el tema del amor, pero quiero que nos pongamos en situación. No es fácil hablar del amor, y no es fácil –lo digo precisamente para que no dejemos en todo el tiempo de la escucha, no dejemos de orar-, no es fácil el tema del amor, porque la palabra amor la tenemos tan viciada, la tenemos tan usada y tan mal usada; tiene tantos matices y tantos significados, a veces contrapuestos en la experiencia de nuestra vida, que es una palabra muchas veces desechable.

No hemos entendido y no hemos vivido correctamente, en muchos momentos una experiencia de amor, así que cuando Dios nos habla de su amor, no entendemos. Partimos de una experiencia de amor humano que no nos ayuda para nada.

Voy a resumir un poquito qué experiencia tenemos nosotros del amor humano, cómo es el amor humano, para que después al hablar del amor de Dios, notemos la diferencia del anuncio.

Nuestro amor humano, en el mejor de los casos –aún cuando hemos dicho que ¡hay tantas experiencias y tan diversas!, ¡tantas acepciones y tan diversas del amor!-, aún en la más auténtica, en la más humana, en el amor humano más a nuestro alcance, en el que experimentamos nosotros con las personas que tenemos a nuestro lado, con las personas que nos aman, ¿cómo sería ese amor?. ¿Cómo es?, ¿cómo lo vivimos?.

Yo le he puesto cinco características; cinco definiciones o cinco adjetivos, que nos ayuden a entender por qué es tan difícil para nosotros luego entender la vivencia del amor de Dios.

Nuestro amor, como primera característica, es siempre un amor interesado. Nosotros amamos porque siempre encontramos un interés en el amor. Es para nosotros de alguna manera una especie de comercio; salimos ganando siempre. No nos atrae para nada lo pobre. No nos atrae para nada lo que nos quita. No nos atrae lo que no es bello. Nos atrae justamente lo que nos adorna, lo que nos aporta. Y cuando amamos a una persona, en la experiencia del amor, de la amistad, y de amores más profundos que la amistad que nos tenemos, es siempre una experiencia de un amor que siempre al fondo de todo tiene un interés. ¿Por qué te quiero, Andrés?… Por interés.

Y la verdad es que ésta es una experiencia de la que no podemos prescindir humanamente. Y quisiera destacarlo porque tenemos que comprender que Dios no nos ama así.

Si cuando anunciamos el amor de Dios vemos a Dios con algún tipo de interés por nosotros, probablemente no estamos entendiendo el mensaje que Dios nos quiere dirigir y nos resulte difícil experimentarlo.

La segunda característica con la que yo entiendo el amor humano que vivimos es que es un amor inconstante. Es un amor inconstante. Va y viene. Somos como la botella de champán cuando se descorcha. Un enamoramiento ¡buffff!, ¡fuego que se enciende!, y después, vamos apagándonos. Vamos apagándonos.

Y aún en la experiencia del caminar juntos; no digo solamente en pareja, digo también en grupo, digo también en amistad, hay una enorme experiencia de inconstancia. Parece que vamos a impulsos de sentimiento: hoy no me siento bien, hoy no tengo ganas, hoy no me apetece, hoy ¡no es que no te quiera pero hoy no me apetece!. Y esto queramos que no, es una experiencia que tenemos.

Quienes estéis casados, casadas, quienes tenemos amigos, sabemos cuántas veces nos hemos encontrado así, que nuestro amor es inconstante.

No tiene un in crescendo, cada día más; o siempre igual. Siempre tiene unos altibajos enormes y hay muchas veces que dejamos de amar. Porque el amor no es una teoría, y lo vamos a decir aquí: el amor es una vida que se entrega, y el día que yo me retiro de eso, he dejado de amar. Por eso nuestra experiencia de amor es el amor inconstante.

Y muchas veces esta experiencia nos coarta cómo tenemos que entender el amor que Dios nos tiene.

Tercera característica que yo le pongo; es una amor condicional. Siempre exigimos una respuesta. No sabemos amar gratis. Si tú me quieres, yo te quiero; si te portas bien conmigo yo intentaré portarme bien contigo. Pero si tú no te portas bien conmigo ¡no esperes que yo te quiera!.

A veces lo verbalizamos y lo decimos, pero otras veces no, ¡pero lo hacemos!. Pero lo hacemos. Ésta es nuestra experiencia. Parece que si no encontramos una respuesta tenemos derecho a retirar el amor. Eso no debiera ser así. Si es amor, -como el de Dios, desde luego-, no debiera ser así, pero es así. Es muy condicional.

Condicional también a nuestro estado de ánimo. Si estamos arrebatados, ¡nos comemos al otro!. Pero si no tenemos un momento bueno, si no estamos inflamados, la verdad es que nos da igual y dejamos pasar momentos en los que debiéramos amar y no amamos.

Otra característica que yo encuentro en nuestra experiencia de amor humano, aún en el amor bueno, -estoy hablando de una experiencia buena- es que es un amor parcial. Parcial. Yo me atrevo a decir que no queremos a la persona como es; queremos a la persona como nos gusta que sea.

Y es parcial porque cuando aparece la persona que es, pero que no esperábamos, hay algo que se corta en nosotros. Por lo tanto, amamos al otro desde esa parcialidad. Solamente desde ese aspecto que a mí me gusta. No sabemos amarlo como es. Con sus virtudes –muchas, si no, no nos hubiera enamorado, si no, no nos hubiera atraído para su amistad-, con sus virtudes, muchas, pero con sus defectos, ¡muchos!, que los tiene que tener.

Y ¿sabéis por qué los tiene que tener?. Por una razón muy sencilla, ¡porque yo también los tengo!. Así de sencillo. Si yo comprendo en mí los defectos, no puedo menos que esperarlos en el otro. Y por lo tanto, por lo tanto, debiéramos luchar en este aspecto para que nuestro amor no fuera tan parcial. Que quisiéramos a las personas como son, con muchas cualidades y también con muchos defectos. Es decir, que el día que aparezcan los defectos no dejemos de decir: ¡esta persona es fenomenal!.

Yo le doy gracias al Señor porque me lo hizo vivir… Lo he contado muchas veces pero no me importa volver a contarlo. El Señor me lo hizo vivir un día con una persona, una persona con una familia, con … ¡yo qué sé!. No es exclusivo, porque se ha repetido, pero cuando uno comprende, cuando uno llega a comprender que el Señor se manifiesta en una persona que tiene defectos, que el Señor se manifestaba en esa persona cuando yo creía que no tenía defectos, pero que si yo un día creí que el Señor se manifestaba en una persona en la que yo no veía defectos, también se sigue manifestando en ella cuando yo veo defectos. Y el Señor me enseñó a decir que Él estaba por encima de las dificultades, de las pequeñeces y de los defectos de las personas, y que si yo quería continuar el camino, yo tenía que aceptar la realidad como era, con muchas virtudes, con muchos defectos. Y esto es muy importante.

Por último yo diría también que nuestro amor es muy humano en el sentido más estricto de la palabra. Humano, lleno de arbitrariedades, de nuestras debilidades, de nuestros defectos, de nuestros pecados. Yo no sé si alguien es capaz de decir que ama y que –no sé como decirlo-, que tiene un amor tan perfecto que no tiene debilidad, que no tiene pecado en su vida. Nuestra experiencia de amor es una experiencia de amor muy humano, lleno también de dificultades, lleno de infidelidades, lleno de pequeñeces, lleno de pobrezas. Y con esta mentalidad, efectivamente, si nosotros entendemos que esto es el amor, con esta mentalidad no podemos entender el amor de Dios.

Por eso dice san Pablo en la carta a los Efesios, capítulo 3, versículos 18-19 –es un texto precioso-, dice san Pablo: “Le pido a Dios que de su gloriosa riqueza os dé interiormente poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios, que Cristo viva en vuestro corazón por la fe y así, firmes, profundamente enraizados en el amor, podréis comprender con todos los creyentes, cuán ancho, largo, profundo, alto, es el amor de Cristo”

Pablo se da cuenta de que está hablando a los Efesios del amor que Dios les tiene pero que ellos no pueden entenderlo si Cristo, con la fuerza de su Espíritu, no ilumina su corazón. Por eso su oración para que podamos conocerle.

También el salmo 139 dice: “Ese conocimiento está muy por encima de mí, es sublime y no lo alcanzo”. Y san Juan, capítulo 3, versículo 16, dice: “Tanto, tanto, tanto, de tal manera amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que fuera objeto de reconciliación”. Es decir, partimos de que tenemos una dificultad pero que, sin embargo, sin embargo, -lo quiero decir muy claro-, conocer, creer y recibir el amor de Dios hoy –no digo ayer ¿eh?, mirad que lo repito-; conocer, creer y recibir el amor de Dios hoy es para nosotros el centro del evangelio.

¿Qué queda del evangelio, de Jesucristo, si le quitamos el mensaje de que Dios es nuestro Padre y que nos ama como nadie podrá jamás amar?. ¡Qué nos queda del evangelio si le quitamos la pasión de amor que Dios Padre tiene por nosotros!. ¿Sabéis que nos queda?, un libro de moral. Un libro para aprender cómo portarnos en la vida, y yo creo, evidentemente, que el evangelio es mucho más que un libro de moral.

El evangelio no está hecho para enseñarnos a vivir y a cumplir mandamientos, el evangelio está hecho para que sepamos una hermosa noticia, por eso se llama evangelio. El evangelio está hecho para que sepamos que Dios está enamorado de nosotros, que es un Padre que nos ama con ternura, y que nada, nadie, jamás, podrá apartarlo del amor que nos tiene.

Todo lo demás a partir de aquí y a partir de acoger esto, de creer esto y de vivir esto, todo lo demás, tiene cabida en el evangelio. Pero si yo al evangelio le quito esto, se me queda sólo en un libro de deberes. El Señor nos pide –como nos ha dicho en la palabra que nos ha dado antes- osadía; osadía para abrir el corazón a la palabra que nos da al respecto.

Lo más hermoso que podemos decir de Dios –que podemos decir muchas cosas, evidentemente-, lo más hermoso, lo más grande, ¡lo más grande que ha dicho la escritura sobre Dios, es que Dios es amor!. Dios es amor. No solamente que Dios nos ama sino que Dios es amor. Él es el amor. Es la plenitud de la revelación a la que llega el evangelista, en este caso el apóstol san Juan, en sus cartas a las iglesias creyentes. “Dios es amor”. Es lo más grande que podemos decir.

Y es un amor que, por ser amor, por ser amor, no se ha quedado donde estaba. Dios no se ha quedado en el cielo, ha bajado a nosotros. Es un amor que no se queda en anuncio, es un amor que no se queda en palabra sino que se convierte en un gesto. El gesto es, el gesto de Jesucristo en la carta a los Filipenses, vaciándose, desnudándose de su divinidad y asumiendo nuestra condición, viniendo a ser uno de nosotros.

¿Cuáles son las características?. ¿Cómo podemos entender y definir el amor de Dios?. Voy a decir muchas cosas que dijo Álex en Madrid. También sobre este tema he apuntado cinco características del amor de Dios, cinco puntos que nos podrían ayudar a entender qué nos está diciendo Dios cuando nos dice: ¡te amo!, como nos lo está diciendo.

La primera característica –y me voy a apoyar mucho en la palabra de Dios, para que no sea solamente algo que yo digo, sino que lo cojamos y lo vivenciemos en la palabra-, la primera característica es que el amor de Dios es gratuito, es gratis. Es gratis.

La iniciativa le corresponde a Dios. Dios no te ama a ti, ni me ama a mí, porque previamente tú hayas hecho algo que a Dios le haya hecho girarse y decir: ¡qué guapo!. No es la experiencia humana de cuando vemos a alguien que nos atrae y nos quedamos fascinados. No hemos hecho por Dios nada que a Dios le haya fascinado. Él ha tomado la iniciativa.

“Nos sois vosotros los que me habéis elegido a mí, soy Yo quién os he elegido a vosotros”, evangelio de san Juan, capítulo 15, versículo 16.

No sois vosotros los que me habéis elegido a mí. No creáis que Dios os ama porque habéis elegido amarle. “Podemos amar a Dios” –dice san Juan- “porque Él nos amó primero”. La iniciativa le corresponde a Él.

Y una iniciativa desconcertante. “Dios nos demuestra su amor”, dice san Pablo en la carta a los Romanos, capítulo 5, versículo 8, “en que cuando aún éramos pecadores” -la palabra “pecador” en san Pablo es cuando estábamos alejados, cuando estábamos en la otra punta distinta de Dios-, “Él nos amó y envió a Cristo que murió por nosotros”.

“En esto consiste el amor:”, -dice Juan, I de Juan 4, 10-, “no en que nosotros hemos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros”.

Me vais a permitir que lea la de la palabra de Dios un texto más amplio, que nos descubra de verdad esa gratuidad del amor de Dios. Es un texto del profeta Ezequiel. Es un texto muy duro, es un texto muy duro porque tiene una expresión…, es largo y tiene una expresión, incluso dura, de leer, porque habla de Israel, al que ha encontrado tirado en el suelo, lo ha cuidado y se ha convertido en una prostituta. Y tiene unas expresiones realmente durísimas. Pero merece la pena cuando nos acercamos, cuando queremos entender cómo es posible que Dios, siendo yo quien soy, siendo yo como soy, como es posible que Dios me pueda amar.

Es el capítulo 16 del libro de Ezequiel. Si algún día alguien quiere leerlo entero ya os advierto que es durito. Voy a leer los versículos del 1 al 14, y luego voy a leer el final, 59 y 60. Mirad lo que dice el Señor con respecto a lo que es la gratuidad de su amor por ti y por mí.

“El Señor se dirigió a mí y me dijo: tú, hombre, hazle ver a Jerusalén las cosas más detestables que ha hecho. Dile: esto dice el Señor: “Por lo que toca a tu origen tú Jerusalén, eres cananea de nacimiento. Tu padre fue amorreo y tu madre hitita. El día en que naciste, no te cortaron el ombligo ni te bañaron, no te frotaron con sal ni te fajaron, nadie tuvo compasión ni se preocupó de hacerte estas cosas. El día en que naciste te dejaron tirada en el campo porque sentían asco de ti. Yo pasé junto a ti y al verte pataleando en tu sangre, decidí que debías vivir. Te hice crecer como una planta en el campo. Te desarrollaste, llegaste a ser grande y te hiciste mujer. Tus pechos se hicieron firmes y te brotó el vello, pero estabas completamente desnuda. Volví a pasar junto a ti y te miré, estabas ya en edad del amor. Extendí mi manto sobre ti, cubrí tu cuerpo desnudo y me comprometí contigo. Hice un pacto contigo y fuiste mía. Yo, el Señor, lo afirmo. Te bañé y te limpié la sangre, y te perfumé. Te puse un vestido de bellos colores y sandalias de cuero fino. Te dí un cinturón de lino y un vestido de finos tejidos. Te adorné con joyas; te puse brazaletes en los brazos y un collar en el cuello. Te puse un anillo en la nariz, aretes en las orejas y una hermosa corona en la cabeza. Quedaste cubierta de oro y plata, tus vestidos eran de lino,…”.

Después, en el capítulo, dice: “Todo esto te sirvió para prostituirte”. Todo esto te sirvió para separarte de mí, para entregarte a todos los que pasaban por el camino.

Y termina este capítulo 16 de Ezequiel con estas palabras: “Yo, el Señor, digo: te voy a dar tu merecido, pues faltaste a tu juramento y no cumpliste el pacto. Pero Yo sí me acordaré del pacto que hice contigo cuando eras joven, y haré contigo un pacto eterno”.

Es decir, termina este capítulo diciendo que Dios no tiene en cuenta, absolutamente, para amar a Israel, para amar a Jerusalén, nada que sea de su origen y nada que sea de lo que después ha hecho por Él; todo es gratis.

No hay aquí nadie que al compararse con esta descripción que hace Ezequiel en el capítulo 16, no hay nadie que pueda decir: yo todavía más. Porque es una descripción, como os he dicho, durísima. En cambio el Señor termina el capítulo con esas palabras de bendición: “Yo cumpliré contigo mi pacto y mi alianza”.

Tenemos que tener siempre muy claro que el amor de Dios es para nosotros absolutamente gratuito. Si no fuera así, haríamos bien en no estar en primera línea. Si Dios no nos amase gratuitamente haríamos bien en intentar escapar -lo diré también en otro momento-, porque lo podríamos pasar mal.

Y si contemplamos la gratuidad con la que Dios nos ama nos sentimos dignos del amor de Dios. ¿Veis?. Yo creo que muchos de nosotros, en nuestra experiencia de este tema, lo pasamos mal porque no nos sentimos dignos. No es que no nos sintamos, no nos sabemos dignos, y como nos sabemos indignos del amor de Dios, no creemos en él.

Si de verdad escuchamos la palabra que Dios nos dice, esa palabra nos hace dignos. Entendemos que ante Dios tenemos una dignidad, porque Él se ha comprometido con nosotros desde el inicio.

Segunda característica del amor de Dios. Es un amor incondicional. Que Dios sea gratuito implica por necesidad que sea incondicional. Es decir; si Dios te ama, lo hará para siempre. Dios no pone condiciones. Dios no llega nunca a eso que nosotros, en nuestra experiencia humana llegamos tantas veces; te has pasado de la raya, ¡hasta aquí podíamos llegar!. He tenido mucha paciencia contigo pero ¡ya te has pasado!. Ha llegado un momento en que has cruzado la línea roja.

¡Nunca jamás encontraremos una línea auténtica de la palabra de Dios de la Biblia…!, -no digo las que nos inventamos nosotros, ¿eh?-; no encontraremos una línea de la palabra bíblica en la que Dios diga: te has pasado de la raya, ¡lo tuyo ya no tiene remedio!.

Nunca encontraremos en la Biblia una expresión que nos haga entender que Dios nos dice algo así como: ¡ésta es la gota que colma el vaso!. ¡Cuántas veces te he perdonado!; ¡cuántas veces te he soportado!, pero ésta es la gota que colma el vaso. ¡Nunca encontraremos en la Biblia esta expresión!

Hay en cambio un texto muy bonito y muy curioso, del capítulo 43 del libro de Isaías. Es muy curioso este texto. Capítulo 43, versículo 24: “Tú me cansaste con tus pecados, me molestaste con tus maldades; Yo, por ser tu Dios, borro tus crímenes”.

¡Nunca!; nunca encontraremos en la escritura –como os decía- esa palabra, y sobre todo, -no lo voy a leer porque se nos hace largo y quiero que tengamos tiempo para lo que necesitamos-, os recuerdo a todos el capítulo 8 de la Carta a los Romanos: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?. Estoy seguro que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni principios… ¡nada ni nadie jamás –dice san Pablo- podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro!”. Ésta es la palabra de Dios.

Y si alguien nos quiere meter miedo con otra palabra pues ¡no sé de dónde la saca!. Creo que la Biblia, la escritura y el evangelio, nos dejan muy claro cómo nos ama Dios: “ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni alturas ni profundidades; ninguna criatura jamás podrá apartarte del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”.

Tenemos también la parábola del hijo pródigo para darnos cuenta cómo Dios tiene un amor absolutamente incondicional.

La tercera característica es que el amor de Dios es misericordioso. Mirad, no es retórico el amor de Dios, no es teórico, no, no es una doctrina, sino que es una práctica. Es una acción. Dios nos muestra que nos ama bajando. Es decir; lo que hace Dios cuando nos ama es venir a nosotros. Toda la teología de la encarnación nos viene a decir que Jesucristo es la manifestación en la carne del amor que Dios nos tiene.

Y ¿por qué baja Dios?, ¿por qué se mueve Dios de su sitio?. ¿Por qué?. Porque ha sido tocado su corazón por la pobreza, por el sufrimiento que ha visto o que ha oído en sus hijos; no se trata de algo casual, Dios no viene por casualidad; viene porque ha observado que lo estoy pasando mal, y Dios no puede estarse quieto si yo lo estoy pasando mal. Por eso desciende, baja. Y lo que le ha hecho a Dios ponerse en movimiento cuando me ha visto mal es el cariño que ha sentido por mí. ¡Porque no ha sentido indignación!. Dios no se ha puesto en movimiento indignado, para hacerme saber lo mal que lo estoy haciendo; a Dios lo que le ha movido y lo que le ha hecho llegar a mí es el cariño que me tiene.

Por lo tanto, cuando Dios viene a mi vida, no viene para juzgarme. Mucho menos para condenarme. Cuando Dios viene a mi vida viene para vendar, para curar y para sanar mis heridas. Así es el amor de Dios.

Le ha tocado en su corazón, le ha tocado en su afecto, en su ternura, y ha venido a poner en mis heridas esa venda, esa curación, que las haga desaparecer.

Selectivamente –fijaos qué curioso, así nos lo dice la Biblia-, el amor de Dios tiene preferencia por los más pobres. Cuánto más pobre es una persona más conmovido está el corazón de Dios. Y más prisa tiene Dios en llegar a ella para curarla.

Jeremías, en el capítulo 31, habla de Efraín; “Era para mí como un hijo amado; mis entrañas se conmueven por él”. Mis entrañas se conmueven por él.

Y, sobre todo, sé que lo conocéis y os invito a que en algún momento también, de esta tarde si queréis, porque es precioso, el capítulo 11 del profeta Oseas. No podemos hablar ni entender el amor de Dios si no escuchamos esto. Dice: “Cuando el pueblo de Israel era un niño, Yo le amaba, y él era mi hijo, y lo llamé de Egipto. Cuánto más lo llamaba, más se apartaba de mí. Mi pueblo ofrecía sacrificios a dioses falsos y quemaba incienso a los ídolos. Con todo, Yo guié al pueblo de Efraín y le enseñé a caminar, pero ellos no comprendieron que era Yo quien los cuidaba. Con lazos de ternura, con cuerdas de amor los atraje hacia mí, los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pecho, me incliné a ellos para darles de comer, pero no quisieron volverse a mí. Por eso tendrán que volverse a Egipto. La espada caerá sobre sus ciudades y acabará con sus fortalezas…”.

Dice el versículo 8: “Cómo podré dejarte, Efraín. Viene sobre ti una desgracia, porque te has apartado del amor”. Pero, ¡cómo podré dejarte, Efraín!. ¡Cómo podré abandonarte, Israel!. ¿Podré destruirte como destruí la ciudad de Admá?. ¿Podré hacer contigo lo mismo que hice con Osmán?. Mi corazón está conmovido, lleno de compasión por ti. No actuaré según el ardor de mi ira. No destruiré a Efraín porque Yo soy Dios, y no hombre”.

Éste es, éste es para nosotros el talante del amor de Dios.

PREPARACIÓN PARA LA RECONCILIACIÓN

Como ahora tenemos el tiempo de las confesiones, voy a cortar aquí esta reflexión, -nos quedan por explicar más cosas del amor de Dios – y voy a abrir una ventana a lo que vamos a hacer en este momento, que me parece muy importante.

Tenemos un problema –aparte del tema de la comprensión que he dicho al inicio-, tenemos un problema, y es que tenemos un corazón muy duro. Dios se queja en la Biblia constantemente de que su pueblo es un pueblo de duro corazón. Tenemos un corazón muy duro. La promesa de Dios es convertir el corazón de piedra en corazón de carne.

No vamos a poder vivir nada de todo lo que digamos del amor de Dios si no rompemos la dureza de nuestro corazón, o ¡si no dejamos a Dios que rompa la dureza de nuestro corazón!.

Yo cuando pensaba en el corazón de piedra, me venía la imagen de un corazón que es duro por fuera, duro como una piedra, pero por dentro no es tan duro. En cambio me da la sensación de que cuando Dios habla de que su pueblo tiene un corazón endurecido dice que el corazón del pueblo de Israel es duro por dentro, no por fuera.

A veces nuestro corazón tiene apariencia de blando. Tiene apariencia de blando. La dureza no está en la primera capa, la dureza está dentro. La dureza de nuestro corazón la forman nuestros rencores, nuestros odios, nuestra falta de perdón. No es la capa exterior, es lo profundo.

Por eso el amor de Dios, el mensaje del amor de Dios no cala hasta lo profundo de corazón. Lo escuchamos, nos parece bien en esa primera superficial capa del corazón pero ¡no hay nada más!.

La invitación de esta tarde es precisamente la invitación a desarmar nuestro corazón para que el amor de Dios pueda llegar al fondo. Creo que a lo superficial de nuestro corazón sí llega el amor de Dios; nos dejamos tocar, salimos contentos, venimos a un retiro y decimos: ¡qué bien!, ¡qué a gusto…!, pero ha sido un poquito en lo superficial de nuestro corazón.

Creo que la experiencia de la misericordia de Dios debiera descender hasta el centro, y por lo tanto, creo que esta tarde el Señor nos llama a entregarle los rencores que han endurecido nuestro corazón, y cada uno, en este año del jubileo de la misericordia, está invitado a ver cómo en su vida, en qué cosas, en qué sentimientos, tiene peso ese rencor, el odio, la falta de perdón. Todo eso endurece nuestro corazón; nos hace duros de verdad.

La indiferencia, el pecado que el papa Francisco tanto fustigó en el tiempo de la Navidad pasada, diciendo que este pueblo cristiano tenía un enorme pecado de indiferencia. La indiferencia ha endurecido nuestro corazón, porque nos ha dado igual estar que no estar, hacer que no hacer, entregarnos que no entregarnos.

Os invito a ver los rechazos que hay en nuestras relaciones humanas, con los más cercanos de nuestra casa y también con personas más lejanas de nuestro entorno. No puede vivir el amor de Dios, ¡es imposible que quepa el amor de Dios en un corazón que acepta rechazar a otros!. Por lo tanto tendremos que dejar a Dios que nos hable y que nos muestre estos rechazos.

Y el orgullo, el creernos mejor que los otros, -no lo digo en teoría ¿eh?, no digo creernos mejores que los demás-; creerme mejor que el otro; es decir: creerme mejor que tú. Yo, que soy tu mujer, creerme mejor que tú, que eres mi marido. O yo, que soy tu marido, creerme mejor que tú, que eres mi mujer. O yo, que soy tu amigo, creerme mejor que tú, que eres mi amiga. San Pablo nos invita a considerar a los demás mejores que nosotros y a tener sentimientos de humildad.

Y si nuestro corazón tiene sentimientos de orgullo y de soberbia con respecto a la gente que tenemos al lado, nuestro corazón se hace por dentro de piedra y no hay posibilidad de que el amor de Dios cale.

Es como el agua que cae sobre una piedra, que resbala, moja la piedra pero en cuanto sale el soy, ¡ahí no hay nada!. La otra imagen es la esponja; un corazón que se ha vaciado de orgullo, que se ha vaciado de amor propio, que se ha vaciado de falta de perdón, que se ha vaciado de rencores, es como una esponja; el agua que caiga sobre él será absorbida.

Ésta es la imagen que, de alguna manera, quiere el Señor dejarnos para invitarnos al sacramento de la reconciliación. Podremos –lo hemos dicho al comienzo, y voy a terminar con esto-, podremos hablar todo lo que queramos y todo lo que sepamos sobre el amor de Dios, si no dejamos que el amor de Dios esta tarde entre en nuestro corazón calando, -lo de dentro, no lo de fuera-, pues realmente nos habremos perdido una oportunidad, y el retiro no habrá alcanzado ese objetivo que buscaba, lo que el Señor buscaba cuando preparó este retiro, que era llegar a nuestro corazón con su amor.

A Él le da mucha pena –ya lo dice la Biblia-, a Él le da mucha pena que nos hayamos endurecido. A Él le da mucha pena que nuestro corazón se haya hecho tan superficial. A Él le da mucha pena que en nuestro corazón habite el rencor, la falta de perdón. Le da mucha pena, y eso es lo que le mueve a Dios esta tarde a llamarnos en este encuentro, en este retiro, a pedirnos que se lo entreguemos, para que a través de la reconciliación y a través de la sanación podamos recibir como una esponja el amor que Dios nos tiene. Que así sea.

3.- Palabra de los Laudes del domingo

“… sino conforme al Espíritu, si es que realmente el Espíritu de Dios brilla en nosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo, pero si realmente Dios vive en vosotros el Espíritu vive, porque Dios os ha hecho justos. Aún cuando el cuerpo esté destinado a la muerte por causa del pecado. Y si el Espíritu que resucitó a Jesús vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en vosotros.

Así pues, hermanos, tenemos un deber, que no es el de vivir conforme a los deseos de la débil condición humana, porque si vivís conforme a esos deseos, moriréis. Pero si os hacéis morir por medio del Espíritu, viviréis”

Tus palabras, Señor, que nos decían como pueblo tuyo, Señor que esa puerta de la misericordia a la que Tú nos habías dado acceso era tu mismo corazón, Señor, abierto en la cruz, ese corazón abierto para sanarnos, para capacitarnos. Gracias Señor por abrirnos esa puerta de esa misericordia que no es más que la puerta de tu mismo corazón. Y en esta mañana, Señor, nos quieres llevar ahí dentro, y a través del perdón Tú nos has introducido también, Señor, a ese corazón tuyo, lleno de ternura y de misericordia, y por la acción de tu Espíritu, Señor, Tú vienes a liberarnos de todo lo que nos hace anclarnos en la carne, Señor, para que en ese amor y en ese corazón tuyo, Señor, salgamos renovados para vivir la vida nueva en el Espíritu.

Gracias porque no quieres que nos amoldemos a los criterios del mundo, a los criterios de nuestra carne. Gracias, Señor, porque Tú vienes a darnos un alto en el camino para llenarnos, transformarnos y llenarnos de este Espíritu nuevo. Gracias, Señor. Gracias Señor porque somos tu pueblo de alabanza en quien Tú te complaces. Gracias, Señor.

Yo siento en mi corazón que nos gritas que también Tú nos necesitas, para llegar, para acoger primero, y llevar este amor y esta buena noticia a todos los hombres, Señor.

¡Bendito y alabado seas, Señor!.

4.- Oración de sanación

La Renovación Carismática no ha intentado nunca, o no se ha inventado nunca a sí misma como un gesto de magia. Es justamente lo contrario. Nosotros no tenemos ningún poder de nada, ni nos presentamos ante los demás con ningún poder de nada. El que tiene el poder para hacer las cosas es Jesús.

Y Jesús, muchas veces, a nuestros ojos, hace maravillas. Y otras veces, no las vemos o no las hace, pero las cuentas las tiene que dar Él, no nosotros. ¿Qué quiero decir con esto?

Ahora vamos a hacer una oración de sanación, pero es una oración de sanación en la que vamos a poner en manos de Jesús lo que Él quiera hacer en nosotros. A nosotros nos corresponde hacer esto, y a Él le corresponde responder. Si no responde, las culpas a Él. Y si responde, la gloria a Él.

Es una oración en la que, si Jesús nos está diciendo que la misericordia comienza en el momento en que el amor sentido en el corazón toca mi pobreza –ahí comienza la misericordia-, pues le vamos a decir a Jesús que lo que nos ha dicho de la misericordia, lo haga. Y en la medida en que Él nos inspire orar por problemas concretos, por situaciones concretas, cada uno, cuando se va orando: mira Señor, ésta es la mía. Ahí necesito ser tocado; yo te doy permiso para que me toques, yo te doy permiso para que hagas esto.

En la medida en que hagamos esto con fe, el Señor responderá a través de esta oración y a través del sacramento de la eucaristía. Pero lo ponemos todo en sus manos. Lo hacemos con mucha sencillez, oramos con mucha sencillez, porque no somos nosotros quién tiene que hacer las cosas sino que es el Señor quien lo hace.

Vamos a comenzar con un canto.

Oración

… corazones heridos pero que no quieren sufrir, que quieren olvidar. Me hacías ver esas heridas como unas aberturas llenas de costra, porque no queremos ver, preferimos ignorar, que se tapen, que queden ocultos. Porque no queremos o no podemos perdonar. Y yo sentía Señor, a ti, en la cruz, tu corazón abierto, la llaga de tu corazón abierta, y de tu corazón salir como bolas, como gotas, gotas grandes de sangre incendiada en el poder de tu Espíritu, como esas bolas llenas del fuego de tu Espíritu que es tu sangre, posarse sobre esas heridas, y ese fuego, esa sangre incendiada en el fuego de tu Espíritu queman, Señor, queman toda esa costra para poder abrir el corazón; y esa bola de fuego incendiada que es tu sangre llena de tu Espíritu, Señor, calan dentro de esos corazones, para incendiar, ablandar, derretir, toda dureza, todo odio enquistado, toda la herida que ha dejado ese resentimiento, esa falta de perdón, ese rechazo, esa ira, ese dolor, esa decepción, esa impotencia.

Yo te alabo y te bendigo, porque tu sangre, incendiada en el poder de tu Espíritu está quemando, sanando, capacitando. Gracias, Señor, porque Tú puedes entrar ahí, por ese poder de tu amor, por esa puerta de la misericordia que es la puerta de tu corazón abierta. Gracias Señor. Gracias, Señor por todas esas heridas en el amor, por todo ese corazón endurecido, por todos esos sentimientos que están ahí, en el congelador, como petrificados. Sentimientos de amor, de cariño, de ilusión. Yo siento en el corazón que hay hermanos que hace tiempo, mucho tiempo, que no sienten, no sienten cariño, no sienten amor. Es como cuando a uno le pinchan y no sangra. Impasibles ante tanta cosas que hay ahí, en el corazón, tapadas, Señor. Yo te doy gracias porque esta sangre incendiada en el fuego de tu Espíritu, Señor, sacan y deshacen todos esos sentimientos encerrados. Y yo te doy gracias Señor porque por tu sangre preciosa, Señor, laten los corazones con un nuevo amor, y allí donde había rencor, tu, Señor, has quitado todo poder de ese mal. Allí donde había esos sentimientos apagados, petrificados, Tú das la capacidad de amar, de la ternura, del calor en el corazón, de la paz, de la ilusión, del perdón.

Y te doy gracias por esas espadas que atraviesan el corazón de algunos hermanos, esas espadas de dolor por situaciones personales, con la familia, con los muy allegados. Yo te doy gracias porque sentía tu mano que desclavaba todas esas espadas, y tu sangre en esa herida, llena del fuego de tu amor, iba sanando, Señor. Sanando y curando, porque lo que para nosotros es imposible Tú lo puedes, en tu sangre preciosa derramada en la cruz por nosotros. Tú lo puedes, y Tú lo estás haciendo, Señor. Tú estás sacando del abismo, Tú estás sacando del sepulcro, Tú estás arrancando ataúdes y llenando de vida, sacando a la luz, a la vida, a muchos corazones acostumbrados ya a estar así. Yo te doy gracias porque Tú nos llamas a una nueva vida, porque estas personas no sentían que era para ellas, porque ya creían que no había remedio para su herida, incurable. Pero como dice la palabra de Dios: “Hay remedio para tu herida incurable, porque mi sangre te sana, mi sangre tiene el poder de sanar, de curar, de liberar y de sacarte a una nueva vida. Yo soy tu pastor, y hoy he venido a sacarte de tus cuevas profundas, de tus cavernas profundas, y Yo vengo, te recojo en mis brazos, te llevo sobre mis hombros y con mi sangre te curo, te libero, y te hago vivir en ese viento nuevo del Espíritu, en ese aire fresco de mi Espíritu, y en esa vida nueva de mi amor. Respira de mi amor, respira de mi gracia, respira de mi bondad, respira de mi perdón y misericordia. Llénate del amor y de mi ternura, de mi compasión. Recibe mi paz”

El Señor me está haciendo ver que hay unas personas que tienen en su corazón…, lo que me hace ver es en el frigorífico de la cocina una lista de cosas que hay que comprar con un cuadrito para hacer el chequeo, y me hace ver que hay personas en esta sala que tienen en su corazón una lista de deudas pendientes de otras personas de su casa. Es una lista larga. El Señor viene a invitarnos a hacer una cosa. Viene a invitarnos a un gesto de amnistía. Que vayamos haciendo el chequeo al lado de cada cosa, al lado de cada ofensa que guardamos en nuestro corazón, y diciendo: esto ya está; esto ya está; esto ya está, … De tal manera que cuando se completa el chequeo de esta lista se coge y se tira.

Señor, yo te doy gracias porque es cierto, es cierto que guardamos en nuestro corazón recuerdos, palabras, experiencias, momentos en que nuestros hermanos han dejado una deuda, y lo hemos apuntado, y tenemos constantemente a la vista esto, y con ello no podemos vivir en paz. No sólo nos invitas, Jesús, Tú derramas en el corazón de cada uno ahora el poder, el querer. Señor, que cada hermano, cada hermana que se sienta identificada con esto pueda decirte, verbalmente, con su voz: Señor, ya está. Señor, perdona, quiero borrar; Señor, quiero borrar, quiero tachar; Señor, no quiero que esto continúe en la lista. Derrama Señor el poder de tu misericordia en cada corazón para que esto sea con cariño, con un deseo grande de transmitir la paz que recibimos de ti. Te bendecimos, Señor, porque nos invitas a vivir despojados de las espinas que se clavan en nuestra carne y nos duelen. Tú quieres sacarlas una a una. Te damos permiso, Señor, para que nos des el poder de borrar, de tachar y de romper. Bendito sea tu nombre.

5.- Segunda enseñanza. Por eso te atraje con misericordia

Hermanos, ya veis que estamos poniendo el día entero en las manos de Jesús porque queremos que sea Él el que haga sus cosas. Hemos venido a un retiro para que Él actúe. Y no sé si os dais cuenta, no sé si habéis captado esta mañana la enorme diferencia entre ayer por la tarde y este mañana. ¿Lo habéis notado?

Ayer por la tarde estábamos fríos, ayer por la tarde no había nada que nos enganchase a todos de ninguna manera, ayer por la tarde teníamos el corazón despistado, teníamos el corazón… y yo no sé qué ha pasado, ¡sí sé lo que ha pasado!, aunque no sé exactamente cómo, pero sí es evidente que este pueblo ha dado un salto enorme de ayer a la tarde a hoy, y no lo ha hecho por haber dormido en esta casa. ¡Digo yo!, porque en teoría mejores son nuestras camas que las que hemos encontrado aquí. Lo ha hecho porque el Señor ayer empezó a actuar.

Él nos ha dicho en la palabra de esta mañana que Él está vivo en nuestros corazones. Que Él está vivo aquí, y no es en balde estar en la presencia de Jesús.

Muchas veces decimos: bueno, ¿y qué hacéis en el retiro?. Es que ¡no sé!; a lo mejor no sé qué es lo que he aprendido, a lo mejor no he aprendido nada, pero ¡he estado con Jesús!. Y este cambio que somos capaces de captar a nivel de grupo, porque lo hemos captado, porque nos hemos dado cuenta de que hoy hemos comenzado los laudes y había fuego en el corazón – que no lo hemos puesto nosotros, lo ha puesto Él-; es el efecto de una palabra que ha sido anunciada, que ha calado, que ha llegado al corazón, y de una misericordia de Dios que se ha derramado en un gesto tan sencillo, tan pobre humanamente como un sacramento de la reconciliación. Ahí el Señor, te ha tocado; nos ha tocado.

¿Por qué digo que el Señor nos ha tocado?. Porque lo veo, porque si hoy, al comenzar la mañana hubiésemos estado, como pueblo, tan fríos como ayer, habríamos dicho: pero ¿dónde ha estado el Señor?. Pero es evidente, es evidente, que Él ha estado aquí.

Y nos ha dicho esta mañana ese famoso, famosísimo texto, que para mí es siempre central, fundamental, de Romanos 5, 5. “El amor del Señor ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo de Dios que se nos ha dado”.

Estamos anunciando el amor de Dios, y estamos anunciando que nos ama con pasión, con ternura. Yo dije ayer que si al evangelio le quitamos, si en el evangelio borramos toda la palabra de Jesús, la certeza de Jesús, de que Dios es un Padre que nos ama con ternura, si quitamos eso al evangelio y dejamos todo lo demás, a evangelio le falta el corazón y el evangelio no sería atractivo.

La gran atracción del evangelio –como vamos a ver hoy-, la gran atracción del evangelio es el amor de Dios. Es la buena noticia que grita Jesucristo. Traigo una buena noticia. Y la buena noticia es que Dios es tu Padre que te ama entrañablemente. “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia”.

Ayer estuvimos hablando, estuve intentando transmitiros desde lo que yo sé, esa diferencia que encontramos entre el amor humano y el amor de Dios, para que sepamos cómo nos ama Dios, para que al hablarnos del amor de Dios no nos parezca pequeña cosa.

Yo tengo una monja que tiene noventa y cuatro años y cada vez que se confiesa sólo me dice: ¡a mí el Señor me conquistó porque me dijo que me amaba!. Cuando yo era chavala era una loca, pero un día le oí decir que me amaba como nadie me podía amar, y ese día le entregué el corazón. Tiene noventa y cuatro años, y hay aquí personas que le conocen. Es impresionante. Sólo quiero que a Jesús le conozcan, porque es una maravilla. Eso dice.

Ésa es la noticia que viene a gritarnos Jesús; tenéis un Padre que os ama, que os quiere. ¡Recibid el amor de Dios!, porque si lo recibís, el amor de Dios os cambia. Seguiréis viviendo en Bilbao, o en Durango, o en Portugalete, o en Amorebieta, o en Barakaldo, da igual, seguiréis viviendo allí. Seguiréis teniendo los mismos vecinos, ¡los mismos maridos!, ¡y las mismas mujeres!, y los mismos hermanos, y los mismos jefes, y los mismos trabajos, las mismas enfermedades –muchas veces-, las mismas oscuridades, … pero Dios estará con vosotros y sabréis que el amor de Dios os acompaña en cada momento y eso ilumina, eso ilumina la vida de una persona, la cambia totalmente.

No es lo mismo atravesar –como decía el salmista-, una cañada oscura a pata, sólo, que atravesar una cañada oscura en las manos del Señor.

Vamos a hablar de esto. Ayer os hablaba de algunas características del amor de Dios; me quedaban dos. Lo voy a repasar un poco; hablé de la gratuidad del amor de Dios: que comprendamos de una vez por todas que Dios nos ha amado porque a Él le ha dado la gana, que no hay ninguna explicación, que no necesitamos buscar ninguna explicación, ninguna causa. No necesitamos encontrar un por qué me ama a mí Dios. Me ama porque ha querido amarme. Punto.

Dos; decíamos que es un amor incondicional. ¡Ay!, me quería mucho pero se equivocó, y cuando se dio cuenta de que se había equivocado, me dio una patada. ¡Nunca jamás!; nunca jamás el amor de Dios ha puesto a nadie una condición. El padre del hijo pródigo jamás puso a su hijo una condición para amarlo, ni el día que vivía en su casa, ni el día que le pidió la parte de su herencia, ni el día que se fue, ni el tiempo que estuvo fuera, ni el día que volvió.

Incondicional; no hubo nada que hiciera que el corazón de este padre cambiara de mirada.

Tres; era misericordioso. Decíamos que era un amor que se había puesto en marcha porque al ver mi pobreza, el corazón de Dios se había conmovido. Pero se había conmovido a la ternura. A Dios le ha dado ternura. No le ha dado pena –lo vamos a decir enseguida-, no le ha dado pena; a Dios le ha dado una ternura infinita verme tan pobre.

Siempre nos tendremos que acordar de esa experiencia que vivió San Francisco de Asís, que hemos oído o que hemos visto en las películas que han hecho sobre él.

Este chico rico, que por ley natural tenía tanta repugnancia a la pobreza, y especialmente tanta repugnancia a toda esta gente marginada que vivía fuera de las murallas de Asís. Y especialmente a los leprosos. El día que empujado por el Espíritu superó el acercarse a ellos y el abrazarlos, todo se cambió en su corazón. Estar con leprosos era una necesidad que le llenaba de gozo. Necesitaba acudir en su ayuda, y eso era su vida. Así es el corazón de Jesús. Misericordioso.

Nos habíamos quedado aquí. Hay dos más que quiero decir brevemente, porque en lo que es el programa de esta mañana –que he dicho que lo ponemos en las manos del Señor- vamos a seguir anunciando la palabra de Dios y preparar nuestro corazón para pedirle al Señor que haga aquí, en esta sala, con cada uno de nosotros, esto que está anunciando.

Como vamos a hablar de la misericordia de Dios y vamos a terminar diciendo que Dios quiere que seamos misericordiosos, sólo podemos gritar que toque nuestro corazón, que lo sane, que nuestro corazón no es misericordioso. Ni el mío ni el vuestro. Queremos salir de aquí con la misericordia de Dios, que nos rebose. Y cuando algo nos rebosa los demás lo reciben, no porque yo hago muchos esfuerzos y porque yo me vacío, sino porque reboso.

Decía aquella mujer cananea a Jesús, cuando le contestó Jesús tan mal ¿no?: “No se da el pan de los hijos a los perros” “Sí, Señor, tienes razón; pero los perros también se alimentan de las migajas que caen de las mesas de sus amos”.

Pues es que, no sé por qué, pero de verdad, cuando el Espíritu de Jesús toca nuestro corazón y vamos, las migajas del Espíritu caen por ahí, y la gente lo nota. ¿Qué tiene esta persona?. No ha hecho nada, no ha dicho nada; ha habido algo en su mirada; algo en su palabra; algo en su porte; algo en su forma de estar, … que a mí me ha llenado. Eso es lo que Jesús quiere.

Porque Jesús no es un hombre de programas, de decir: ¡Hala chicos!, ¡venga!, ¡ahora vamos a salir a la calle y vamos a quemar…!. ¿Os acordáis los discípulos, aquél día que no les recibieron los de Samaria, ¡que ya les tenían manía a los pobres!, y encima van a pedir que les reciban para pasar la noche y les dicen que no, que si galileos que pasen de largo. ¡Señor!, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo?, ¡que los queme a estos tíos!.

Jesús no quiere nada de eso, no quiere nada de eso; ni siquiera con esos programas de ¡vamos a conquistar al mundo!. Jesús no dijo eso a sus discípulos. ¡Id y anunciad que el reino de Dios está cerca!. ¡Id y bautizad a todos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo!. Y ¡llevad, dad gratis lo que habéis recibido gratis!. Ya está: y eso ¡transformó el mundo!.

Por lo tanto, no es porque vayamos a hacer un programa. Señor, cuando vaya a mi casa a mi marido le voy a mirar, y le voy a decir…, ¡y ya verás cómo cae a tus pies de rodillas!. Narices. A lo mejor te monta la mejor bronca del día.

No se trata de eso, se trata de que sin proponernos especialmente nada estemos tan llenos de sanación, de misericordia y de poder de Dios que, el que tenga la suerte de pasar a nuestro lado, ¡bueno!, ¡algo le caerá!. Deja a Jesús que actúe.

La cuarta característica que yo encontraba –entre tantas, ¿eh?; yo he elegido las que me parecían más importantes para este retiro- es aquella que se define en el mismo texto con que partimos en este retiro: “Con amor eterno te he amado…”. Pues, el amor de Dios es eterno.

Y cuando decimos que el amor de Dios es eterno, muchas veces pensamos solamente en una cosa. ¿Qué es eterno?, lo que no termina. No sólo.

El amor de Dios no es eterno porque no va a terminar, el amor de Dios es eterno porque ha existido desde siempre. Primera condición para que sea eterno: que exista desde siempre. Más aún, con la palabra de Dios en la mano yo soy fruto del amor de Dios. Cuando el amor de Dios ha pronunciado mi nombre…

Fijaos cómo dice la Biblia; el primer capítulo del libro del Génesis describe la creación. “Hágase la luz, y la luz existió”. En el momento en que Dios pronuncia la palabra luz, la luz existe. En el primer momento en que Dios pronuncia mi nombre, el que Él conoce –no sé si será Lázaro o no, el que Él conoce-, yo he comenzado a existir.

Ese momento, es un momento eterno y coincide con el momento en el que el amor de Dios se ha hecho carne en mí. Por lo tanto, como dice el Salmo 39 y como dice el profeta Isaías: “Desde el vientre de mi madre…”. Desde el vientre de mi madre Dios me amó, y desde el vientre de mi madre Dios me eligió, desde el vientre de mi madre Dios pensó en mí. ¿Es que no sabía Dios lo pobre, lo débil, lo infiel, lo inmisericorde que puedo llegar a ser?. Pues probablemente sí lo sabía; seguro que lo sabía, pero el amor de Dios es eterno.

Independientemente de lo que yo iba a llegar a ser, Él me amó. Independientemente de cómo yo le iba a responder, Él me eligió. Y como es incondicional –como dice san Pablo: “los dones de Dios son para siempre”- pues Dios: contigo me quedé, contigo sigo.

Eterno, eterno porque no tiene comienzo, comienzo en el sentido de: comenzó Dios a amarme el día en que fui una buena persona. El día en que hice una buena acción comenzó Dios a amarme. No. Dios comenzó a amarme el día en que yo comencé a existir.

Yo no quiero tocar ciertos temas porque no es el momento, ni el lugar, ni el modo de tocar ciertos temas pero, ¿comprendéis lo que significa teológicamente que Dios me ama en el momento en que yo comienzo a ser?. Tiene unas implicaciones muy grandes. Para una madre, para un padre, para una sociedad, para una familia. Porque soy el fruto del amor de Dios.

Me sigue amando. Ayer decía que el amor de Dios no era inconstante. No era inconstante. Dios me sigue amando todos los días, Dios no se cansa de amar. Yo sí, pero Dios no. Dios no se cansa de amar.

El profeta Jeremías se le quejaba a Dios y le decía: te me has vuelto como un río de aguas engañosas; te has vuelto como un auténtico Guadiana, que apareces y desapareces. Y de repente, no estás.

Y recordamos ese poema que alguien escribió que decía: un día caminando por la playa Dios me hizo ver que había dos pares de huellas. Y de repente, sólo un par de huellas. Y otra vez, dos pares de huellas. Me quedé pensativo; mira tú, Dios me hace ver mi vida y me hace ver mi vida a través de las huellas, y me doy cuenta de que cuando lo estaba pasando mal, cuando las estaba pasando canutas, ¡no había dos pares de huellas, sino sólo un par!. Y le protesté a Dios, y le dije: Señor, Tú me habías prometido estar siempre conmigo pero yo veo claro que cuando las cosas me iban bien, aquí, ¡aquí estábamos los dos juntos!. Pero cuando las cosas iban mal, aquí, ¡aquí piso yo sólo! Te estás equivocando; esas pisadas son las mías; tú ibas en mis brazos.

Son historietas, pero son historietas que tienen un contenido teológico muy importante. Dios no es inconstante con nosotros, Dios nos ama siempre.

El libro de las Lamentaciones, capítulo 3… No voy a leer mucho hoy de la palabra de Dios ¿eh?, pero el capítulo 3, versículos 21 y 23, es espléndido. El autor del libro de las Lamentaciones, dice: yo creía que ya se había terminado el amor de Dios. Había llegado a un punto en el que creía que esto ya estaba. Y escribe estas palabras (voy a leer también el versículo anterior):

“Recuerdo mi tristeza y mi soledad, mi amargura y mi sufrimiento; me pongo a pensar en ello y el ánimo se me viene abajo” Es la descripción de una profunda depresión. Y dice, versículo 21: “Pero una cosa quiero tener presente, -fijaos en el momento en que está pensando en eso, en el momento en que está experimentando esa amargura, esa tristeza- “una cosa quiero tener presente y poner en ella mi esperanza; que el amor del Señor no tiene fin, ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se renuevan. ¡Qué grande es su fidelidad!”

Un hombre, hundido en la miseria de su depresión, dice: “Una cosa quiero tener presente y ponerla como el ancla de mi confianza, que no se ha agotado la bondad de Dios, que cada mañana se renueva. ¡Qué grande es su fidelidad!”. No tiene pasado, no tiene presente y no tiene fin. No tiene fin. Es eterno porque no se acaba.

Estamos tocando el misterio más central de la vida cristiana, claro; estos días pasados, los primeros días de noviembre hemos celebrado la fiesta de todos los santos y la fiesta de todos los difuntos. Estamos celebrando la fiesta de la vida, el regalo de la vida que Dios nos ha dado no para que pasemos unos días más o menos aburridos –como decía Santa Teresa de Jesús: una mala noche en una triste posada-, en este mundo. Dios nos ha dado la vida para que la disfrutemos, para que la podamos disfrutar aquí y para que un día tengamos una vida en plenitud. Que disfrutemos sin fin. Pues, el amor de Dios es para siempre. Es eterno. Es eterno.

En vez de hablar muchas palabras mías, me atrevo –esto sí me atrevo-, a leeros este texto. Capítulo 8 de la carta a los Romanos. Podría leer desde el versículo 28, leo desde el versículo 31: “¿Qué más podríamos decir?. Si Dios está a nuestro favor nadie podrá estar en contra de nosotros. Si Dios no nos negó a su propio Hijo sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos también, junto con su Hijo, todas las cosas? ¿Quién podrá acusar a los que Dios ha escogido?. Dios es quien los hace justos”. ¿Os acordáis del texto de esta mañana?, el Espíritu … “¿Quién podrá condenarnos?. Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que resucitó, y además está a la derecha de Dios rogando por nosotros. ¡No será Él quien nos condene!. ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?, ¿el sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la muerte violenta?. Como dice la escritura: por causa tuya estamos siempre expuestos a la muerte, nos tratan como ovejas llevadas al matadero, pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de Aquél que nos amó”.

Y ahora, el texto que tendríamos que –a mi entender- recortar, poner en un marco con letras grandes a la puerta de nuestra casa para que al entrar y al salir todos los días fuera el texto con el que nos vamos y el texto con el que entramos en casa: “Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios, ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes ni las fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo alto, ni lo profundo, ninguna otra de las cosas creadas por Dios. ¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús, Señor nuestro!”. Nada.

Nada es, como decía aquél: un chorizo vacío y sin pellejo. Nada podrá separarnos del amor de Dios. Nada. Por eso decimos que el amor de Dios es eterno. Incondicional, gratuito, precioso.

Y la última cosa que os quería decir es que el amor de Dios es personal. Personal. Aquí insistimos mucho y hablamos mucho de la palabra pueblo; somos el pueblo de Dios, somos la comunidad a al que Dios nos ha traído. ¿Cómo nos mirará Dios?. Cuando Dios nos mira, ¿qué ve?. La multitud de sus hijos. ¿Cómo me distinguirá a mí?. Dios nos ama, ama a sus hijos.

Yo creo que a un padre, a una madre, esto le resulta fácil de comprender; yo creo que las madres y los padres son capaces de mirar al mismo tiempo y sentirse perfectamente orgullosos de todos sus hijos, sobre todo cuando está toda la familia unida, pero eso no quita, no quita que cada hijo y que cada hija sean su hijo y su hija. Creo que esto es así.

Yo me pregunto muchas veces; ¿cómo nos amará Dios, así, tan personalmente?. ¿Cómo nos distinguirá del montón?. Me voy a ayudar un poco de la tecnología, que para eso está.

El otro día, sin querer, descubrí una cosa del papa Francisco. ¡Es tan sorprendente este hombre!, ¿verdad?. Y dije: mira, esto a mí me hace entender cómo Dios se fija en mí, en cada uno de nosotros, pese a ser una multitud. Lo leo.“Francisco hace memoria y explica que: “Cuando en el seminario nos explicaban homilética yo ya tenía una cierta aversión hacia los folios escritos en los que estaba escrito todo”.

Se está refiriendo a los curas que van a misa y leen. Leen, leen, acaban de leer y dicen: Creo en Dios Padre, Todopoderoso… Se está refiriendo a eso.

“Yo tenía una cierta aversión hacia los folios escritos en los que está escrito todo. Y esto lo recuerdo bien. Estaba y estoy convencido de que entre el predicador y el pueblo de Dios no debe haber nada en medio. No puede haber un papel. Algún apunte escrito sí, pero no todo. Yo lo he dicho también en la escuela en ese tiempo y el profesor se sorprendió. Me preguntó porque era así, contrario a preparar toda homilía. Y yo le respondí: si se lee, no se puede mirar a la gente a los ojos”.

¡Que tío, eh!. Si se lee, no se puede mirar a la gente a los ojos.

“Esto lo recuerdo como si fuese hoy, y sucedió antes de que fuese nombrado sacerdote”.

¡Claro!, ¿qué tiene el mirar a la gente a los ojos?. Yo estoy hablando a un grupo pero cuando … ¡me ha dado mucha alegría porque a mí me pasa lo mismo!. Cuando estás hablando a la gente y miras a la gente a los ojos… Sigue el texto sobre el Papa:

“Él mismo afirma que este pensamiento continúa presente como papa y subraya que: “Lo que busco hacer todavía hoy es buscar los ojos de la gente. También aquí, en la plaza San Pedro”. Preguntado sobre cómo hace con tanta gente que le espera siempre en la plaza Francisco explica que: “Cuando saludo hay una masa de gente, pero yo no la veo como masa; busco mirar al menos a una persona, un rostro preciso. A veces es imposible por la distancia. Es feo cuando estoy demasiado lejos. A veces lo intento sin conseguirlo, pero lo intento. Y si miro a uno, después quizá también los demás se sienten observados, no como masa sino como personas individuales”.

Realmente yo creo que es un texto que sin hablarnos de cómo Dios ama personalmente a cada uno, nos lo da a entender. Cómo Dios es capaz de distinguirnos personalmente a cada uno. Estamos en un pueblo, ¡somos el pueblo de Dios!, pero es que aquí no somos perdidos en la masa; tú, con tu nombre y apellido, a ti, Jesús te ha mirado personalmente. a ti.

Y por eso le doy la razón al papa Francisco y me alegro muchísimo de que en la predicación no nos dediquemos a leer una lección que, sobre todo, ha escrito otro. Porque eso es muy fácil. Yo voy a Google, a Internet, me bajo un sermón del domingo cuarto de cuaresma, y ¡lo leo!, y quedo como un rey. ¡Vaya sermón!, si ni siquiera lo he escrito yo…

Eso de hablar, eso de que no haya entre el predicador y el pueblo nada de por medio, nada más que la palabra de Dios, que va y viene, eso es una gozada. Y sobre todo es una gozada pensar que este amor de Dios por cada uno de nosotros es así. Que nos está hablando a todos pero me está hablando a mí.

Y con esto entramos en lo que es la segunda parte de este texto: “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia” Yo quiero partir en esta reflexión de algo que es evidente. ¿Todo el mundo conoce a Dios porque Dios es misericordia?. No. Más aún, la mayor parte de la gente que no quiere saber nada con Dios es porque no sabe que Dios le ama.

A Dios muchas veces nos lo han presentado como un juez, justo, duro, exigente, frío, que nos pone las peras al cuarto inmediatamente. Y hay mucha gente que no quiere saber ¡nada! de un Dios así, porque con un Dios así no se puede vivir. Y yo estoy de acuerdo.

No se puede vivir con un Dios que te pone las peras al cuarto cada dos por tres. ¡Déjame en paz!. Y uno intenta estar, no en la primera fila, sino en la última, porque este Dios castigador y este Dios juzgador se cansa de juzgar, y cuando llega a la última fila está ya más pacificado; si me toca a mí la última fila, mejor. Y hay mucha gente que se pone en la última fila; no quiero saber nada.

No es eso. Dice el profeta que: “Dios nos ha atraído con misericordia”. Cuando el papa Francisco habla de evangelización dice que la evangelización no es un rollo metido a una segunda persona, a una tercera persona, a un grupo de personas; dice el papa Francisco que la evangelización actúa por atracción, por atracción: me siento atraído. Como la multitud se sentía atraída por Jesús; ¿qué tenía este hombre que atraía a las multitudes?.

Como la palabra predicada por Jesús atraía a la gente cuando les hablaba de Dios misericordia y la gente quedaba tocada; como la palabra de Dios atrajo a María Magdalena, aquella mujer desesperada de la vida pero que lloró a los pies de Jesús y derramó en sus lágrimas todas sus penas, todos sus pecados, todas sus miserias, todos sus miedos. Los dejó ahí y sintió una mano que se posaba sobre su cabeza y una palabra que le decía: “Mujer, Dios te ha perdonado”. Y se convirtió en su amiga, en la amiga que le sigue, que da la vida también con Él. ¡Ésa es la atracción!, y si no presentamos a Dios así, mejor que nos callemos.

Mirad, tenemos un enorme problema. A veces hablamos de Dios cuando estamos enfadados. ¡Qué equivocación!. Nos hemos enfadado con nuestro hijo, con nuestra hija, con nuestro marido, con nuestro compañero, y nos hemos enfadado y utilizamos a Dios para decirle lo equivocado que está. Le hablamos de Dios para que tenga en cuenta que lo ha hecho mal. ¡No podemos hablar de Dios cuando estamos enfadados!, porque no estamos transmitiendo el amor de Dios, sino la justicia de Dios. Y Dios no quiere que evangelicemos transmitiendo su justicia. La justicia ya la hará Él. Quiere que evangelicemos transmitiendo su amor.

Vamos a prohibirnos mencionar el nombre de Dios cuando estamos enfadados. No tenemos derecho. Y, eso sí, vamos a hablar de Dios cuando estamos contentos, cuando nos desborda por la boca, y por los ojos, y por la alegría, el Dios del que vamos a hablar. Entonces es posible, es posible que el corazón del otro se quede enganchado.

Dios nos atrae con misericordia; y ¿qué es la misericordia?. Nos lo tenemos que preguntar. La misericordia no es la lástima. Sentir lástima no es sentir misericordia, no es tener misericordia. Sentir lástima es un paso para la misericordia, es un paso primero, porque lo contrario a la misericordia es la indiferencia. Lo contrario a la misericordia es pasar delante de una necesidad y no darme cuenta ni siquiera de que está, y si me doy cuenta, hacer como la parábola del buen samaritano de Jesús: dar un rodeo para no tener que pasar por delante. ¿A qué os sentís identificados?. Yo sí, ¿eh?. Yo sí.

¿A qué os sentís identificados más de una vez con esta actitud?. Es la actitud de la indiferencia. No quiero ver; para no tener que sentir no quiero ver. Y doy un rodeo, así no veo. ¡Qué suerte he tenido que no me ha tocado a mí!.

A ver, la lástima es un primer paso, la lástima significa que ya me he encontrado con una realidad, ya la he visto. Es un primer paso. Pero la lástima no es la misericordia.

Tampoco lo es la pena del corazón. ¡Me da pena esta persona!. ¡Siento pena por ella!. Tampoco eso es misericordia. También es como un grado más que la lástima. La lástima parece que queda en un: ¡qué lástima!. La pena ya me está tocando, ya no es algo del pensamiento, es algo del corazón, es del afecto.

Tampoco es la compasión. ¡Qué curioso!. La palabra compasión viene del latín. “Patire” es tener el mismo sentimiento; “conpatire” es tener el mismo sentimiento que tiene el otro; si llora, yo lloro; si … Ésa es la compasión; la pasión es el sentimiento que llevamos dentro, con-patire es tener tú y yo el mismo sentimiento. Si tú estás triste, yo me pongo triste. ¿Esa es la misericordia?. No.

Esto es una preciosidad, porque nos dice la palabra de Dios: “Estad tristes con quién está triste”, es por lo tanto un principio para llegar a la misericordia, pero no es la misericordia. La misericordia empieza en el momento en que la lástima, la pena, la compasión, genera en el corazón de Dios –porque tenemos que hablar de la misericordia de Dios-… cuando la pena, la lástima, la compasión, Dios ¡que nunca ha dado un rodeo!, que nunca ha dado un rodeo sino que enfrenta las dificultades de su pueblo y de cada uno de sus hijos en su pueblo, la misericordia comienza cuando la pena, la lástima y la compasión tocan su corazón y producen en el corazón de Dios una ternura infinita.

No producen rechazo, que es lo que habitualmente nos pasa a nosotros. Lo triste, lo difícil, lo angustioso, lo doloroso, instintivamente producen en nosotros una especie de rechazo. El primer movimiento que tenemos es apartarnos. Luego igual lo pensamos y decimos: no puedo ser tan sinvergüenza, y volvemos. Pero nuestro instinto, nuestro primer sentimiento es apartarnos de la miseria.

La misericordia es eso que sucede en el corazón de Dios cuando ve la pobreza, el dolor y la miseria de un pueblo y de un corazón humano y, al verla, le da un vuelco su corazón en el interior. Se enamora de esa persona. Siente por ella una ternura infinita y, al sentir la ternura infinita por esa persona, ¡viene a ayudarle!. Viene a remediarlo.

La gran noticia del cristianismo, el grito del cristianismo es que Dios no es ha quedado en el cielo, que ha venido a vivir con nosotros, que se ha manifestado en la carne de Cristo Jesús, que el amor de Dios, el amor eterno de Dios, lo vemos hecho carne en Cristo Jesús, y que la misericordia de Dios no puede ser en adelante para nosotros un concepto teológico sino ¡una experiencia encarnada!

Cuando yo quiera hablar de la misericordia de Dios tendré que pensar en ese momento, en esa persona, en esa palabra, en ese acontecimiento, que ha tocado mi corazón y lo ha rescatado. Porque Dios ha tenido misericordia de mí y se ha movido, se ha puesto en movimiento y ha actuado. Recuerdo que aquél día, alguien oró por mí. Dios se encarnó en esas manos, oró por mí, y yo me curé. Porque a Dios le daba lástima, pena, compasión, verme tan pobre y oyó el grito que yo había dado en mi corazón y bajó, bajó en las manos de esta persona, bajó en la voz de esta persona, bajó en la ayuda de esta persona.

¡Cuántas veces en la vida sentimos cosas que no entendemos!. Haz esto. Pero ¿por qué lo tengo que hacer?. Tú, hazlo. Y de repente esto que hemos hecho ha remediado la situación de una persona. ¡Llama por teléfono a esta persona!, y la hemos llamado, y esa persona muchas veces dijo: ¡esa llamada me transformó!.

A veces es eso solamente. Si fuéramos obedientes al Espíritu de Dios –como nos ha dicho la palabra de hoy ¿no?-, si fuéramos obedientes al Espíritu de Dios, haríamos cosas sencillísimas, pero serían la carne de la misericordia de Dios que viene a auxiliar a otra persona.

Y esa persona se vería salvada, y esa persona podría recibir la evangelización de que Dios le ama y tiene misericordia con ella. Y esa persona somos cada uno de nosotros.

Yo os invito también a que encontréis la misericordia de Dios hecha carne en vuestra vida. ¡Qué momentos!, ¡en qué momentos Dios ha sido misericordioso conmigo!. ¡Qué hizo!. Porque si ha sido misericordioso, Dios se ha movido, y Dios ha venido, se ha hecho carne.

La misericordia es ese movimiento que se produce en el corazón de Dios cuando ve nuestra miseria, que le hace salir de sí mismo, bajar a donde estoy yo, bajar a mi situación, para abrazarme, para tocarme. Tocarme. Mi carne humana tiene que ser tocada, porque es mi carne humana la que está herida. Y Jesucristo es el que toca la carne humana de la humanidad, y los sacramentos están definidos como los momentos en que somos tocados por Jesucristo.

Cuando el sacerdote impone su mano sobre nuestra cabeza para absolvernos, cuando el sacerdote –que no es nadie- pronuncia las palabras: yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, es la carne de Jesucristo la que toca nuestra carne.

Cuando comulgamos es la carne de Jesucristo la que toca nuestra carne. No es una devoción; es el amor de Dios hecho carne, es la misericordia de Dios hecha carne, porque somos hoy carne.

Y hemos de hablar siempre, necesitamos hablar para entender esto de la carne del pobre. Porque la carne del pobre es la que necesita misericordia; la del rico no necesita misericordia. El rico se siente autosuficiente; más aún, probablemente va a rechazar la misericordia. Pero el pobre la necesita.

Olvidarnos del tema de la misericordia como si fuera una nube que nos cubre; Dios es misericordioso, yo tengo que ser misericordioso,… como si fuera una nube que está por encima de nuestra vida, para darnos cuenta de que tienen que ser gesto concretos, hechos carne, donde actuamos la misericordia.

Dios es misericordioso con nosotros por una razón, y Dios es misericordioso con nosotros de un modo: amándonos. Amándonos. Porque nos ama.

Encontré un escrito de esos que cuando los lees piensas: esto puede valer. Dice: “¿Cuál es la diferencia entre me gustas y te amo?”. ¿Hay alguna diferencia?. ¿Os acordáis?. De esto se habla mucho porque cuando predicamos sobre el capítulo 21 del evangelio de san Juan –lo habéis oído más de una vez-, que Jesús le dice a Pedro: “Pedro ¿tú me amas?. Y le dice Pedro: Señor, me gustas mucho”.

Nosotros lo traducimos así pero en el fondo, el fondo de la conversación es ésta: nosotros, los cristianos, el cristianismo, acuñó una palabra para hablar del amor de Dios y del amor, que es la palabra “ágape”, del verbo “agapáô”, que significa “amar”. Pero es un estilo de amor distinto al verbo que tenían los griegos para hablar del amor, que era el verbo “philia”. Los dos dicen amar pero los cristianos acuñaron el “agapáô” o el “ágape”, y le dice Jesús a Pedro: “¿Agápe?, ¿tú, me amas?. Y contesta Pedro: “Sí, yo te “philio”, me gustas”. Veis que sí hay una diferencia.

Dice este texto: “¿Cuál es la diferencia entre me gustas y te amo?. De esta forma tan bella contestó Buda: “Cuando te gusta una flor, la arrancas; -la cortas y te la llevas porque te gusta- cuando amas una flor, la riegas todos los días. Aquél que entiende esto –dice Buda-, entiende la vida”.

Pues ¡algo parecido!. Entre el “me gustas” y el “te quiero” hay una diferencia. Tenemos que entender que Dios nos ama. Y ese amor tiene por definición una sustancia de libertad, de respeto.

¿Os acordáis de la parábola del hijo pródigo?. ¿Os acordáis de lo que nos decía Álex, cómo nos contaba Álex la diferencia?, ¿cómo actúa?; –en las tres parábolas de la misericordia, del capítulo 15 de evangelio de san Lucas decía- primero, la oveja perdida. Se pierde una oveja y ¿qué hace el pastor?. Salir a buscarla. El pastor sale a buscar a la oveja y la rescata, y se la trae al rebaño.

Y la mujer que pierde la moneda en casa, ¿qué hace la mujer que pierde la moneda en casa?, barre toda la casa hasta que la encuentra. Y ¿qué hace el padre del hijo pródigo cuando el hijo se va?. No sale a buscarlo por la noche, ¿eh?. No va a ver si lo encuentra en un tugurio. Lo espera. Y dice que todos los días se asomaba al horizonte para ver si su hijo venía, pero lo espera. Y eso le da a la parábola de la misericordia, un toque precioso: la libertad con la que Dios nos ama. Es decir: lo serio, lo en serio que se toma Dios que el amor no es posesión.

Nuestro amor es posesivo. Nuestro amor es posesivo. Cuando amamos a una persona la queremos para nosotros y ¡sólo para nosotros!. ¡Que no me la toque nadie!. ¡Que no me lo mire nadie!, que éste es mío. Esto es así; comienza el juego de los celos… Somos posesivos. Somos posesivos.

Dios no es posesivo; Dios es un amor intenso, profundo, pero que deja libre. ¿Tú eliges estar en otro sitio?. Pues Yo te esperaré; Yo te esperaré.

A mí, siempre que hablo de esto me viene a la memoria … Muchos de vosotros habéis conocido al hermano Benjamín. El hermano Benjamín era un gran hombre, un hombre al que yo quise mucho porque viví con él muchos años. Ahora, como ya no hay nadie de su familia, creo que puedo contar esta historia.

Un compañero mío tenía una familia. A él se le murió la madre siendo muy niño y entonces, en los caseríos -era un poco historia de vida de las familias-, la hermana mayor se quedó a cuidar de los hermanos pequeños. Pero la hermana mayor estaba enamorada de un chico, y ese chico estaba muy enamorado de su hermana mayor. Y, cuando murió la madre, la hermana mayor fue a decirle a su chico: no me puedo casar contigo porque tengo que cuidar a mis hermanos. Este chico le dijo que él esperaba, que ya se harían mayores sus hermanos.

Y ese chico, con sesenta y muchos años, seguía diciendo que la estaba esperando. Porque ella, evidentemente, no se casó. Se fue haciendo más mayor y, por las razones que fueran, ya no se casó. Ya dijo que no, que no se casaba. Y ese chico se murió –y eso me lo contaba Benjamín- ese chico se murió diciendo: te he esperado todos los días. No quiso a nadie más.

También son signos de cómo es Dios cuando espera. Fijaos que un ser humano es capaz de amar de esta manera. ¡Cómo será el amor de Dios!. Porque Dios nos ama, porque más que gustarle –le gustamos a Dios pero va más allá todavía del hecho de que le gustemos-, nos ama.

¿Cómo puede actuar, cuándo puede actuar la misericordia? Decimos que Dios es misericordia para nosotros pero ¿cuándo es que puede actuar esa misericordia, ponerse en marcha, abajar, tocarnos?.

El otro día en la eucaristía –no sé si fue la semana pasada o hace dos domingos- leímos el texto de Zaqueo. Nos dio pie para explicar la respuesta a esta pregunta. Zaqueo era un hombre profundamente herido, era un gran pecador, era un gran publicano, jefe de publicanos para más señas. Era un hombre muy rico pero un hombre que se había enriquecido haciendo daño a otros, robando. Robando, porque uno no se hace inmensamente rico trabajando ocho horas en la fábrica, y esto lo sabéis bien vosotros.

Este hombre un día sintió curiosidad, curiosidad por Jesús. Había oído hablar de Jesús y por curiosidad lo quiso conocer. Zaqueo era pequeñito; era pequeñito de estatura y llegó tarde. Cuando Jesús estaba entrando en Jericó llegó tarde, por lo tanto los de la primera fila ya habían tomado puesto y él, que era pequeñajo, no alcanzaba a verlo. ¡Pero lo quería ver!, y se le ocurrió correr y subir a un árbol. ¡Y aquello fue su perdición!.

Aquello fue su perdición –de alguna manera- porque al subirse a un árbol lo que sucedió es que ciertamente, él vio a Jesús, pero sucedió una cosa más bonita: que Jesús le vio a él.

¿Vosotros creéis que Jesús hubiera visto a Zaqueo si no se hubiera subido a un árbol?. ¡Yo creo que no!. Yo creo que no. A ver, ¡es lo que dice el Papa!. Bastante tengo con la primera fila como para mirar a la cuarta; ¡si no puedo!.

Pobre hombre; Jesús está entrando en la ciudad de Jericó, la gente sale a recibirlo, todo el mundo grita, todo el mundo… ¡le da para saludar a quienes pueda saludar!. ¿Qué creéis?, ¿qué Jesús conocía a todos los que vivían en Jericó?, ¿o que fue allí diciéndole a sus discípulos: vamos a verle al Zaqueo que hoy metemos a la bolsa más dinero?

¡Igual ni le conocía!; no nos dice el evangelio,… no tenemos que suponer nada. Lo que sí nos dice el evangelio es que Zaqueo se subió a un árbol para ver a Jesús, pero esa fue su perdición, porque al subirse a un árbol para ver a Jesús hizo que Jesús le pudiera ver a él. Esto es una clave. Esto es una clave.

Cuando hablamos de la misericordia de Dios tenemos que saber que, como principio, a Dios le gusta que nos dejemos ver. Os he dicho antes que la misericordia era ese corazón de Dios que se ponía en marcha ¡cuando veía!.

Claro. Si yo a Dios le escondo mis miserias, si se las escondo, ¿cómo las va a ver?. ¡Ah, no!, es que Dios lo ve todo. Ya, pero también lo respeta todo. ¡Es que Dios lo sabe todo!; sí, pero también se calla todo.

Primera respuesta a cómo dejar que la misericordia de Dios actúe en mi vida es ¡dejársela ver!. Dios siempre habla en la Biblia de que: escucha el grito del que grita a Él. ¡Tengo que gritar a Dios para que Dios oiga!. Ah, es que Dios ya oye. ¡Grítale!. Es que Dios ya sabe que lo estoy pasando mal. ¡Grítale!, díselo; pero ¡díselo!. Es que Dios ya sabe que tengo estos pecados, ya me perdonará. ¡Cuéntaselos!, ¡díselos a Él!.

El primer movimiento que tenemos que hacer para que la misericordia de Dios nos pueda tocar es, ¡mostrarla!.

El fariseo y el publicano. ¿Qué dicen el fariseo y el publicano en el templo?. ¡Te doy gracias!, porque ¡mira cuánto hago de bien!, no soy como ese desgraciado. ¡Aplausos!. Y el publicano dice: ¡ten compasión de mí!. No me atrevo ni a levantar los ojos; ¡ten compasión de mí!. Y éste sale justificado.

¿Por qué?, porque éste ha expuesto a los ojos de Dios su miseria, no la ha escondido.

Es la primera lección que nos enseña Jesús; la primera lección para que podamos recibir la misericordia de Dios es que expongamos a la mirada y a los oídos de Dios nuestra pobreza. ¡Que no la escondamos!. Y como tenemos todos, todos, ¡todos!, -yo el primero-, la tentación de esconder nuestras pobrezas – que somos como las cebollas, que nos rodeamos de capas y más capas para que no se vea nuestra pobreza; -ayer os decía que la dureza corazón estaba en el fondo, no en la capa de fuera- pues ahí tenemos un problema.

Es que Dios parece que no me escucha. Sí pero, ¿por qué no te escucha, hija?. ¿Ya le has dicho algo?. No, es que … ¡Pues díselo!. ¿Ya le has dejado a Jesús que toque con su mano tu pobreza?. No, no ¡por Dios!; esto no se lo digo a nadie; no se lo cuento a nadie; no reza nadie por mí,… Pues ¿cómo va a tocar Jesús tu pobreza?

Alguien dirá: pero también toca la misericordia de otra manera. ¡Hombre!, sí, es cierto, también actúa la misericordia de Dios de otra manera, os voy a decir cómo: al pobre publicano también Dios le tuvo compasión y misericordia. ¿Por qué?, porque el pobre no se daba cuenta de lo pobre que era. Pero Dios sí sabía que era pobre y sin duda que Dios también, de alguna manera, actuó en la vida de este hombre porque merecía misericordia, porque era tan pobre que no sabía que lo era.

Y hay una tercera forma en que Dios actúa la misericordia en nosotros que es más impresionante. Es cuando Dios se adelanta. Yo tengo dos maneras de estar sano: porque me he caído, me he roto la pierna y me la han enyesado, me la han arreglado, me he recuperado, o otra manera más sencilla, que es: no haberme caído nunca.

Es muy bonito cuando contamos todas esas experiencias: ¡estaba hundido en el barro de la vida!, estaba hecho una porquería y ¡Dios vino y me salvó!. ¡Y damos unos testimonios!. ¡Qué grande es la misericordia de Dios!. Y ¡es verdad!. Los testimonios de estas personas que han pasado por el mundo de la droga, o por el mundo de la prostitución,… y que han sido tocados por la gracia de Dios y que pueden contar y cuentan con tanta alegría cómo Dios los ha tocado en su vida y los ha salvado. Dicen: ¡qué grande es el Señor!.

Y nosotros muchas veces tenemos envidia. Decimos: ¡conmigo no!. Conmigo no. ¿Cómo que contigo no?. ¿Cómo que contigo no?. ¿Te parece poco que tengas dos piernas sanas?. ¿Te parece poco que tengas una salud de hierro?. ¿Te parece poco que no tengas que andar mendigando por la calle?. ¿Te parece poco que Dios haya tenido misericordia de ti hasta el punto de que te ha retirado los obstáculos del camino?

Ayer hablaba con una persona de esto y decía: nosotros somos poco conscientes, es que no sabemos nada de la vida. Sólo conocemos lo que estamos de la vida ahora, y mal, y lo que quedó atrás, pero no sabemos lo que puede pasarnos cuando atravesemos esa puerta… Yo siempre digo: mira, cuando se llega a este punto, llegando a este punto, aquí, tú no lo sabes pero hay un camino que va por aquí y otro que va por allá. Y ¿sabes?, tienes un enorme peligro de llegar aquí y de equivocarte. Y a veces Dios no nos deja llegar aquí; actúa mientras vamos de camino y nos corta aquí el paso. ¡Pues vaya!; y esto ¿por qué me pasa?; no entiendo nada. Nos han cortado el paso. No nos han dejado llegar hasta aquí. ¡Mejor!. Porque si nos hubieran dejado llegar hasta aquí ¡el batacazo que nos íbamos a meter iba a ser descomunal!, y Dios nos lo ha ahorrado.

Eso lo decía mucho santa Teresita en su vida. Decía: “Dios a unos los levanta del camino cuando se han caído, a otros les quita las piedra para que no se caiga; es mi caso”. Pero es que la misericordia es igual, es la misma, y el agradecimiento debiera ser mayor.

Pero esto exige vivir una vida en clave de fe, porque si no, nunca veremos a Dios presente en lo que nos pasa en la vida. Y lo que nos pasa en la vida serán para nosotros casualidades. ¡Mira qué casualidad!. Si no interpretamos nosotros la vida en clave teológica, lo que nos pasa con las personas, lo que nos pasa en el día a día, si no lo interpretamos teológicamente, son casualidades. Son casualidades. Si lo interpretamos desde la fe no son casualidades; no son casualidades. Son intervenciones precisas de Jesús en mi vida, y a lo que estamos invitados desde la fe es a leer nuestra vida en clave de fe.

El Espíritu que habita en nosotros nos tiene que decir de vez en cuando, como le dijo a Juan, cuando estaban en la barca, en la pesca milagrosa del capítulo 21 del evangelio de san Juan. Nadie se dio cuenta; había un hombre en la orilla y nadie se dio cuenta pero Juan le dio un codazo a Pedro y le dijo: “Es el Señor”.

Le dio un vuelco el corazón y dijo: “Es el Señor”. ¿Por qué Juan pudo interpretar en la fe que aquél desconocido era el Señor y los demás no habían sido capaces de reconocerle?.

Eso, eso es la invitación a vivir nuestra vida en clave de fe. Lo que me pasa, lo que deja de pasarme, los acontecimientos, los buenos, los que yo interpreto como no buenos, los malos, todos, de alguna manera Jesús anda enredando aquí. Y ¡cómo cambia lo que yo estoy viviendo si sospecho que Jesús anda enredando por aquí!. Ya es distinto.

Porque si no, me siento un desgraciado, me siento mal, pero si intuyo que a lo mejor Jesús anda enredando por aquí, ¡y le dejo enredar!, cambian las cosas.

No me pongo protestón, ni me pongo a criticar a Dios, ni me pongo a decirle a Dios: Tú has hecho esto, porque es que yo ¡no tengo ni idea qué hubiera sido de mí si Dios me hubiera dejado seguir adelante tres días más!. No tengo ni idea.

Interpretar la vida en clave de fe para ver a Jesús presente y para poder ver, entonces, actuar constantemente la misericordia de Dios.

“Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia”. No podríamos terminar este retiro del amor y de la misericordia de Dios sin escuchar la última palabra de Jesús, que nace, consecuentemente, de la acogida de este anuncio, que es: “Sed misericordiosos porque vuestro Padre es misericordioso”. Lucas 6, 36.

“Sed misericordiosos”; ya había dicho antes Jesús en las bienaventuranzas: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Bienaventuradas las personas que tienen un amor misericordioso, porque atraen la misericordia de los demás, porque viven un flujo constante de misericordias, misericordia que va y misericordia que viene. Y ahora dice Jesús: “Sed misericordiosos; imitad a Dios, que es misericordioso”

Esto, evidentemente, no es un consejo, no es un consejo. No dice Jesús: el que quiera, que sea misericordioso. “Sed misericordiosos”. Y hay parábolas en el evangelio muy significativas, como la parábola de ese siervo al que su amo, al que su rey, le perdona ¡toda la deuda!, y cuando sale a la calle ahoga a su compañero para que le pague la suya.

“Sed misericordiosos”. Esto significa…, lo tenemos también en la oración por excelencia: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, a los que nos han ofendido.

Esto de la misericordia no es para que Dios lo haga con nosotros; esto de la misericordia es para que vivamos en la misericordia. Para que nos dejemos llenar, para que nos dejemos llenar hasta tal punto de la misericordia de Dios que nos rebose y seamos misericordiosos con los demás. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”.

Ya hemos oído cómo actúa la misericordia; la misericordia actúa acudiendo, acudiendo al rescate; con amor, no con juicio. Porque hay mucha gente que acude al rescate con juicio.

¡Ah, ya te había dicho…! Acudir al rescate con amor, porque no puedo menos, porque se me conmueven las entrañas, porque te quiero; voy a acudir al rescate.

Vamos a intentar de alguna manera apartarnos, apartar de nosotros ese instinto que nos aleja de la pobreza de los demás. Hay que vencerlo. Hay que intentar vencerlo. Y cuando digo: ¡es que no puedo!. Bueno, pues pídele al Señor que te lo regale. Pídele al Señor que te colme tanto de su misericordia que no le digas: no puedo. Si es que no tienes que hacer nada, solamente pasar por ahí.

No dejar que el instinto nos aparte de ejercer misericordia, que el instinto nos aparte de tocar la pobreza de nuestro hermano. ¡Hay que tocarla!. Eso es misericordia; no: ¡ay, qué pena me das!. ¡Ay, qué mala suerte has tenido!. ¡Pobre!.

Es tocarte en tu pobreza. No sé cómo pero cada uno tendrá que dejarle al Señor que le inspire cómo se toca la pobreza de este hermano, y no decirle: ¡qué pena me das!.
Tocar la pobreza.

Termino diciendo que la misericordia, de una manera muy particular, la vamos a ejercer ofreciendo perdón. Ofreciendo perdón. Esto no nos lo podemos inventar; esto exige el perdón previo de Dios, la misericordia previa de Dios. Lo exige, ¡esto es verdad!. “Nosotros amamos – dice san Juan- porque Dios nos amó primero, y porque Dios nos amó primero, podemos amar”.

Esto no significa primero y segundo en el tiempo, primero Dios me ama y segundo yo puedo amar. Esto significa: porque Dios me ama y cuando Dios me ama, me llena de su amor; entonces yo puedo amar. Cuando Dios me perdona y me llena de su perdón, yo puedo perdonar.

Vamos a terminar con esta idea: que el Señor nos pide misericordia, pero no de pensamiento, no de idea, no de ¡qué pena me das!, no de ¡qué pena me da esta situación!, sino de ¡qué puedo hacer!, ¡qué puedo hacer en esta situación!. ¿Qué quieres que haga en esta situación?

6.- Eucaristía

Lectura de la profecía de Malaquías (3, 19-20a)

“Mirad que llega el día, ardiente como un horno, malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir, dice el Señor de los ejércitos, y no quedará de ellos ni rama ni raíz.

Pero a los que honran mi nombre, los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (3, 7-12)

Hermanos: ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos, día y noche, a fin de no se carga para nadie.

No es que no tuviéramos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar. Cuando vivíamos con vosotros, os lo mandamos: el que no trabaja, que no coma, porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les mandamos y les recomendamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan”.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (21, 5-19)

“En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido”.

Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está por suceder?”

Él contestó: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca”. No vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá ese día”.

Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio.

Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrán hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.  

Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

Cada vez que nos acercamos al final del año litúrgico nos encontramos con este evangelio, con este tipo de evangelio.

Es una literatura que se llama apocalíptica; una literatura, un estilo literario que no es de nuestro tiempo, hoy no existe. Y lo poco que pueda existir hoy… Hay gente para todo –por decirlo de alguna manera-, hay gente que consume de todo, también consumiría este tipo de literatura pero, no es un nuestro estilo.

Es una literatura que está basada en una mirada al futuro, al momento final. Momento en el que esta creación de algún modo, se ve surgir, tiene su fin. Y es una literatura que tiene solamente un objetivo, uno. No se trata de meter miedo. Si os habéis dado cuenta, en el evangelio ha habido varias expresiones para decirnos: no tengáis miedo, estad tranquilos. Por lo tanto, el objetivo de esta literatura no es meter miedo.

El objetivo de esta literatura es mantenernos despiertos. ¿Por qué?, porque es cierta la experiencia humana de que, comenzando las cosas con ilusión y comenzando las cosas desde la verdad, se nos van diluyendo en el día a día, se nos van haciendo rutinarias, y la rutina les quita el brillo, y cuando desaparece el brillo desaparece también la ilusión. Y cuando desaparece la ilusión parece que también desaparece con ella lo que la ha provocado o quien la ha provocado. En este caso, Jesús, el Señor.

Es cierto, es muy cierto, que nuestra vida, el día a día, las dificultades, los afanes, el repetitivo de nuestra historia, lo que nos pasa, es cierto que nos va comiendo por dentro esa ilusión de vivir a tope.

Estamos llamados a vivir a tope. ¡Estamos llamados a vivir a tope!. Estamos llamados a tener pasión por la vida, pasión por las personas, pasión por Jesucristo. ¡Ése es nuestro gozo!. Nuestra realidad pobre es que eso se nos va apagando. Y hay un peligro: que lo dejemos apagar.

Es un gran peligro, porque cuando un fuego lo hemos dejado apagar del todo, hay que comenzar de cero. Cuando un fuego no lo hemos dejado apagar del todo, es más sencillo; echamos un poco de leña y en cuanto echamos unos cartones, prende de nuevo el fuego. Y éste es el objetivo de esta literatura.

Nosotros tenemos otro estilo, y me alegro de poder decirlo hoy. ¿Cuál es el estilo que, aún recibiendo este evangelio, y entendiéndolo, y acogiéndolo, cuál es el estilo con que Jesús nos hablaría hoy?.

Hoy día 13 de noviembre –como os decía ayer-, se cierra en las iglesias, -todas las iglesias del mundo excepto en el Vaticano- se cierra la puerta de la misericordia. Se cierra. Por lo tanto, se termina el jubileo de la misericordia.

Para celebrar el jubileo de la misericordia… el jubileo de la misericordia no es más que la gran fiesta que la Iglesia ha ofrecido de la misericordia de Dios. No sólo para recordarla sino para recibirla. Un año especial, un año jubilar, un año en el que Dios ¡como que tiene el corazón mucho más dispuesto que nunca!, a volcar en nosotros la misericordia. Y todo eso se ha hecho a través de un signo que es muy evidente: una puerta.

Una puerta que sirve para entrar o sirve para dejarnos fuera. Una puerta, cuando está cerrada, es algo que nos impide acceder. Si el Señor está aquí, nosotros fuera, y la puerta está cerrada, no estamos con el Señor. El Señor ha abierto una puerta, físicamente se han abierto las puertas de las catedrales, de las iglesias importantes de los pueblos, del Vaticano, se ha abierto lo que se llama la puerta santa para que atravesándola –también físicamente- con los criterios de la fe, nos sintamos acceder al Dios de la misericordia.

Yo quiero decir que esto es lo que Jesucristo hoy nos invitaría a hacer. Nos recuerda que el acceso a Dios, el acceso a Dios, no lo hagamos nunca jamás por la puerta del miedo. ¡Nunca jamás por la puerta del miedo!. No solamente que no lo hagamos nosotros, que no hagamos a otros atravesar la puerta de Dios pero la puerta del miedo. Y ¡qué fácil es meter miedo!.

Dios no quiere que lleguemos a Él a través de la puerta del miedo. Y, ¡a lo mejor es una puerta utilizable!. A lo mejor a algunas personas les ha servido; porque en el fondo de lo que se trata es de acceder a Dios. Y si a algunas personas les ha podido valer en algún momento la puerta del miedo, o si históricamente, ha habido generaciones que han utilizado la puerta del miedo para tener acceso a Dios, hoy tenemos la dicha de que la Iglesia, y el evangelio, y Jesucristo con ella, nos dicen que hay otra puerta, otra puerta que es la que podemos elegir y que es la que debiéramos elegir, que es la puerta de la misericordia.

Acercaos a Dios, no porque os da miedo sino porque tiene en sus manos gracia, vida, salvación para vosotros. Tiene gracia, vida y salvación para lo que estáis viviendo cada día. Sobre todo para los momentos malos que estáis viviendo cada día, sobre todo para las dificultades de herida y de dificultad que estáis viviendo cada día. Dios tiene gracia, salvación, para tus dificultades en el trabajo, para tus dificultades en la pareja, para tus dificultades como padre, como hijo, como hermano, como miembro de una comunidad. Dios tiene gracia para ti por tus dificultades con las adicciones de tu vida… Dios tiene gracia para ti. ¡Dios tiene gracia para ti!. Pero, ¡accede a Dios!. Accede.

Porque también corremos un peligro; tanto hablar de la misericordia, tanto hablar de lo misericordioso que es Dios, ¡que no queramos atravesar la puerta!. Y ¿de qué nos sirve saber que Dios nos ama, de qué nos sirve saber que Dios tiene misericordia para nosotros si no acudimos a Él y nos quedamos sentados pensando: ¡qué bueno es el Señor!?. Eso no nos salvará.

Yo he dicho esta mañana, cuando he definido la misericordia, que era el movimiento que provocaba en el corazón de Dios Padre y en el corazón de Jesús, la miseria contemplada en una persona. Movimiento no sólo de lástima y de compasión, sino de ternura, y de necesidad de remediar esa miseria. Pues es lo mismo también de cara a nosotros.

Si yo creo que Dios es misericordioso conmigo porque atraviesa esa puerta viniendo a mí miseria en la carne de mis hermanos, en la carne de los acontecimientos, en la carne de las cosas de la vida, yo también tengo que pasar esa puerta para encontrarme con Él.

Ayer lo vivimos de una manera muy real, a través del sacramento de la reconciliación, y yo he comenzado esta mañana diciendo cuánto ha cambiado esta asamblea de ayer a hoy. Si ayer hubiera venido una persona ajena a nuestro grupo a las cinco y media de la tarde, y hubiera estado un rato aquí y se hubiera ido, y hubiera venido esta mañana a las diez y se hubiera vuelto a ir, creo que se iría con la sensación de que ha estado con dos grupos distintos. Porque la experiencia de alabanza, de bendición, de alegría, de vida, que había esta mañana aquí a las diez no tenía nada que ver con la frialdad, con la dureza –casi- de corazón, que teníamos ayer a las cinco y media de la tarde. ¿Qué ha pasado de por medio?; la misericordia de Dios.

Lo podemos ver, lo podemos ver porque lo hemos vivido. No se trata de que hayamos pasado horas y nos hemos ido calentando un poquito. ¡No!; no. Porque otras veces también han pasado horas, nos hemos ido calentando un poquito pero ¡no!, no ha llegado a tanto el fuego.

Vemos cómo este milagro de la misericordia de Dios es una verdad y se hace verdad.

Como no se trata de alargarnos mucho, y hemos hablado mucho, quiero matizar dos cosas que me parecen muy importantes: la puerta de la misericordia y Dios como Dios de misericordia.

Una de las cosas que hemos dicho en la enseñanza es: por favor, vamos a llevarnos de aquí un propósito. Fijaos, un propósito sencillo: no hablar jamás de Dios cuando estemos enfadados. ¿Estás enfadado?; no hables de Dios. Porque vas a hablar mal, porque vas a transmitir un Dios duro. Vas a tener razón; vas a decir: es que ¡eres un jeta y Dios te va a castigar!. Ya la has liado. Ya la has liado; toda la labor de evangelización que la Iglesia tiene que hacer ya está liada.

No permitirnos, no permitirnos hablar de Dios en la negatividad: cuando estamos desanimados, cuando vemos las cosas difíciles; no hablar de Dios entonces. Ni utilizar el nombre de Dios porque nos viene muy bien para echar una bronca. Por favor, ¡ya ha habido bastantes siglos en la Iglesia en que esto se ha hecho así!. Y esto no es gracia de Dios.

Una nueva evangelización, una nueva evangelización exige una evangelización acorde al Papa Francisco; la misericordia de Dios. Dios te quiere, Dios te ama, y te lo haré saber justamente cuando lo puedas entender y cuando lo pueda transmitir bien.

Si no hemos de aprovechar los momentos duros, de tristeza, de dificultad, de enfado, para hablar de Dios, aprovechemos los momentos de alegría, los momentos de fiesta, los momentos de gozo, los momentos de familiaridad para hablar de Dios. Digamos: ¡qué bueno es Dios!, que nos da esto. ¡Qué buena es la misericordia de Dios!.

Ésta es la puerta que hoy quiere Dios que utilicemos para llegar a Él y para llevar a los que vienen con nosotros, para que se encuentren con Él.

Las lecturas, de verdad, salvo esta segunda lectura de san Pablo, que invita a los zánganos a no zanganear, pero que tiene una explicación, porque sabéis que en la comunidad de los Corintios, alguien se fue de la lengua. ¡Siempre hay alguien listo!. Se fue de la lengua diciendo que la venida de Jesucristo era inminente, ¡a punto de llegar!. ¿Para qué vamos a trabajar?. ¡Para qué!. Para que vamos a trabajar si, total, esto se acaba. Vamos a aprovechar los días para comer, beber y vivir, que ya se acaba el rollo.

A san Pablo esto lo descolocó. “Me he enterado de que hay gente entre vosotros que vive sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada”. ¡Esa ocupación de no hacer nada que es terrorífica!.

Es la invitación de Jesús también, a que no solamente en el mundo de la economía y en el mundo de la vida, sino también en el mundo de la fe: que no estemos sin hacer nada. Que no estemos holgazaneando, en el mundo de la fe, en el mundo de la evangelización. No porque seamos propagandistas sin porque, si hemos vivido algo que a nosotros nos ha salvado, ¡cómo no vamos a vivirlo!. Si hemos encontrado a Dios a través de la puerta de la misericordia y somos felices por ello, ¡cómo no llevarlo a los demás!.

Pues también la invitación de san Pablo es a no holgazanear en esto. “Y el que no trabaje, que no coma”, dice san Pablo.

Hay una cosa que es evidente. ¿Sabéis cómo crece la fe?. ¿Cómo crece la fe?. ¿Leyendo libros de Jesucristo?. Sí. Seguro; a mí sí, me ayuda. O, a veces, lo contrario, ¡porque lees cada libro!

¿Cómo crece la fe?. Hay una manera infalible de que crezca la fe, que es anunciarla. Dice san Pablo que es el camino justo, exacto, para que mi fe crezca, para que mi fe sea más grande: anunciarla. Lo que no se anuncia, lo que no se testifica, se seca.

En cambio, lo que se testifica, crece. Es como los carismas. Uno tiene carisma de sanación, tiene carisma de sanación pero no reza nunca por sanación. ¡Se curan un montón!. ¿Veis?. ¡Nadie!

Tienes carisma de sanación, rezas por la sanación y, cuanto más ejerces el carisma, más gente se cura. Eso es así.

Todos nuestros carismas crecen en el ejercicio, y también el amor crece en el ejercicio. Cuando amar no es una entelequia, cuando amar no es una teoría sino que es una manera de portarme con esta persona, mi amor por esa persona, crece. Seguro. Seguro.

Cuando por las razones que sean, muy comprensibles, corto mi gesto de amor con esta persona, mi amor disminuye. Se hace más pequeño y se muere. No holgazaneemos ni en la fe, ni en el amor, ni en la misericordia.

Esta consigna recibida de esta segunda lectura de san Pablo, en el domingo 33 del tiempo ordinario, pues también nos servirá un poco como consigna para ir a la vida.

Y demos gracias al Señor por este retiro, precioso, por todas las personas que al juntarnos aquí lo hemos hecho posible, y por haber contemplado con nuestros ojos a Jesús paseándose en medio de nosotros. ¡Gloria al Señor!

Acogida en Burlada

            Le doy gracias al Señor por su presencia ya desde el comienzo de este retiro. No nos ha dejado decir ni a, cuando él ya ha dicho b, c y d.

            Yo le quiero dar gracias al Señor por este pueblo de Navarra, Vitoria y Logroño. Le quiero dar gracias al Señor porque cuando Lázaro estaba leyendo esta lectura, ha sido una lectura también profética, además de lo que quiere reconstruir el Señor en cada uno de nuestros corazones. A mí me venía antes de esta lectura, imágenes, el pueblo de Cárcar, de Puente, muchos pueblos, Pamplona, Estella, todos, ¿y este hermano? ¿Y este otro hermano que no está? ¿Y está hermana de este pueblo ¿Qué ha pasado? Me venía, ha sido un segundo. Y me venía la palabra: “Tenéis que proclamar”, lo que nosotros recibamos, lo tenéis que proclamar, y me venía: y después de tanto tiempo ¿tenemos que ir detrás de la gente que lleva tantos años? Pues tenéis que proclamar y no dejar que se mueran los hermanos. Porque el Señor nos ha traído aquí, y nos ha traído a seguir adelante, y si nos ha traído hasta aquí, y nos ha conservado de esta manera es para que sigamos anunciando. Yo solamente quiero decir que cuando he escuchado también, hablaba de los pueblos y de las ciudades.

            “Un día cambiaré la suerte de la ciudad de Jacob, tendré compasión del país y las ciudades que se reconstruirán sobre sus ruinas y los palacios”.

            Yo creo que además de… quiere esa obra para nosotros, damos por hecho de que hay un retiro, se anuncia y ya está. Pero esa labor que ha habido tantas veces, la he visto tanto en mi madre, ir hermano por hermano animando. Muchas veces tenemos muchas tentaciones y muchos de nosotros podíamos estar en casa, por nada podemos estar en casa, podemos acudir a un retiro, por un hilo las cosas se ponen mal. El Señor nos llama y si nos ha llamado a cada uno para restablecernos y restablecer nuestra ciudad, nuestro propio corazón y nuestra propia vida, también es que vayamos con lo que hemos recibido a los demás y sigamos anunciando a tiempo y a destiempo y animando. Todos esos hermanos que echamos en falta y podrían estar aquí y por ese canto no están, pues quizás ha faltado, eso. Y quizás el Señor hoy nos traiga para que no nos quedemos tranquilos, para que no nos quedemos así, para que no vengamos sólo a recibir. Bueno, es que yo ya estoy evangelizando en la parroquia, yo ya estoy evangelizando en mi parroquia, y estoy en la pastoral y leo en misa, y yo evangelizo en la catequesis, yo Caritas, yo con niños. No, los hermanos del grupo y los que el Señor quiere seguir llamando. Ahí lo dejo.

            Este retiro ya sabéis que siempre lo hacemos después de Madrid, siempre recogemos el testigo y en el retiro de Madrid, en el encuentro de Madrid Nacional, “Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia”.

Eucaristía en Burlada

Lectura del santo evangelio según san Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

            -«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempos de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:

            Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.

            Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejarla abrir un boquete en su casa.

            Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»

            Palabra del Señor.

            Homilía

            Esta literatura apocalíptica que nos ha acompañado en los últimos domingos del tiempo ordinario y que en este ciclo A abre también el primer domingo de adviento, hay mucha gente que sin querer, sin planteárselo, la entiende como una especie de amenaza. Son textos que a veces nos da miedo leer, este evangelio de que hay que estar preparado, que el día menos pensado viene, lejos de la intención del Señor y del evangelio, lejos siempre el intento de provocar miedo. Hemos anunciado con fuerza el evangelio de Jesús, y hemos anunciado con fuerza la palabra de Jesús que va por delante diciendo siempre “no tengáis miedo, no cedáis al miedo, el miedo no genera nunca amor, y el miedo impide siempre vivir el amor, todo lo que suene a miedo, todo lo que suena a miedo es un obstáculo para el evangelio”.

            Por lo tanto, lejos de la imaginación del evangelio generar miedo en el corazón de las personas. Son textos que corresponden a un estilo literario que está para nosotros en las antípodas de lo que nosotros amamos y nosotros gustamos como género literario, pero que era un género literario muy aceptado, muy bien valorada por las comunidades que vivieron en los primeros tiempos después de la experiencia de la Resurrección de Jesús. Sobretodo por esas comunidades que vivieron el tremendo drama de la destrucción de Jerusalén, la amenaza continua que se le venía al pueblo de Israel por todo lo que estaba pasando. Es lógica entonces una literatura que fomenta de alguna manera esa sensibilidad, pero que quede claro que tanto en su origen como ahora el objetivo de esta literatura no es meternos miedo sino decirnos una palabra que es necesaria y conveniente siempre, es invitarnos a estar despiertos.

            Lo hemos dicho muchas veces, el año pasado creo que yo lo dije en este retiro de Pamplona. No podemos permitirnos que la vida nos viva a nosotros, es decir, que seamos marionetas del hoy me levanto y a ver que me va a pasar, hoy me levanto y a ver qué me va a ocurrir. No podemos permitir que la vida nos viva, ni podemos permitirnos otra cosa en la que se juega mucha más todavía, no podemos permitirnos dejar pasar las oportunidades que el Señor y el Espíritu nos dan. Es decir, no podemos levantarnos y acostarnos sin habernos encontrado con el Señor y sin haber aprovechado los momentos del paso del Señor para dejarnos ver por Él y para verlo también nosotros a Él. Ya hemos dicho que la clave de la misericordia, una clave para recibir la misericordia de Dios es dejarnos ver por Jesús. Y esto significa lo que os he dicho antes, significa que estamos invitados a vivir con una mirada de fe sobre la vida, y esta mirada de fe es sólo posible cuando estamos despiertos. Este es el sentido de velar, estad en vela porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Estad en vela porque si no estáis en vela no os vais a enterar de que está pasando el Señor, si no estáis en vela no vais a sentir en el corazón el impulso del Espíritu que te dice: “Es Jesús”, y entonces no vas a poder leer lo que te está pasando como un momento de paso de Jesús, sino como una casualidad, como una desgracia, como una suerte. Punto.

            Nos estaremos perdiendo lo mejor, lo más importante y lo más transformador de lo que pasa en nuestra vida, la llamada del adviento en el comienzo de un nuevo ciclo litúrgico, es una llamada a abrir los ojos, y si se nos invita a abrir los ojos no es porque alguien esté empeñado en ponernos palillos en los ojos para torturarnos y no dejarnos dormir con lo a gusto que se está durmiendo, sino porque se nos está anunciando: “Mira, que te pongo en un camino en el que van a pasar muchas cosas, mira que te anuncio en este nuevo ciclo litúrgico, Jesús va a pasar muchos días, mira que te anuncio que vas a recibir una palabra, una sanación, una misericordia, una visita del Señor que lo vas a recibir, pero mira de estar despierto, estate en vela, despiértate, atento, porque sino te lo vas a perder”.

            Lo hemos dicho más veces, ese respeto enorme que Dios tiene por nosotros, ese amor gratuito que no obliga.

            Cuando Álex, en Madrid, contaba la parábola del Hijo Pródigo, decía esto, fijaos en las tres parábolas de la misericordia que están en el capítulo 15 del evangelio de San Lucas. Fijaos cómo las tres parábolas de la misericordia, tienen una distinción cuando se trata de la parábola del Hijo prodigo. Decía él: La mujer que ha perdido una moneda ¿qué hace?, barrer toda la casa, ponerla patas arriba, trabajar para encontrar la moneda y la encuentra, y eso la llena de alegría a esta mujer. ¡Bien! ¡Bravo por ella!

            La parábola de la oveja perdida, ¿qué dice? El pastor deja a las 99 en el redil y sale a buscar a la oveja perdida y la encuentra y la pone sobre sus hombros. ¡Bien! Todo alegría.

            Pero cuando Jesús cuenta la parábola del Hijo prodigo, está contando la parábola de una persona, de un Hijo, y dice que el padre le dejó marchar de casa pero el padre le esperó todos los días con el mismo amor, el padre no salió a buscar a su hijo, no recorrió en la lógica de las parábolas que Jesús está diciendo, el padre tenía que haberse ido de casa a buscar a su hijo porque es la misma lógica, del pastor que sale a buscar la oveja o de la mujer que remueve toda la casa para buscar la moneda. En cambio dice que a su hijo lo esperó, ese concepto de que Dios nos sigue amando, y nos amará gratis, y que Dios nos sigue dejando absolutamente libres para que seamos nosotros los que demos un paso en una dirección o en otra, en una dirección para bendición, en otra dirección para el daño, que estará siempre presente con su corazón y su misericordia ¡sí! Pero con un enorme respeto.

            Esta invitación a la vigilancia, esta invitación a estar despiertos porque Dios no viene con violencia. El Reino de Dios, dice Jesús, no actúa con violencia, aunque luego dirá en su evangelio que hay que hacerse violencia para entrar en Él pero es distinto, dice cuando os digan que está aquí, allí, no vayáis. “El Reino de Dios está dentro de vosotros”.

            El Reino de Dios sucede en tu vida, no tienes que ir ni a Tokyo, ni a Montevideo, ni a Nueva York, para buscar el Reino de Dios.

            No tienes que hacer cosas especiales porque el Reino de Dios acontece en el día a día, Jesús se hace presente. A veces nosotros pensamos que tenemos que ir a ver a Jesús a ciertos sitios, a ciertos lugares porque allí se hace presente, y es verdad, es evidente que hay sitios privilegiados, momentos de gracia privilegiados, en los que Jesús se hace presente. Pero la verdad es que la presencia de Jesús es en el día a día, donde nos jugamos realmente nuestro ser con Jesús, donde nos jugamos realmente recibir misericordia y repartir misericordia. No es en momentos puntuales, es cada día porque cada día necesitamos esto y el corazón de Dios cuando nos ve pobres, no dice, “espera un poco cuando llegue Loiola ya le pillaré”, Dios no espera. Cuando venga la siguiente acampada de Navidad a lo mejor a este pillo le agarro por las orejas, que no. Dios necesita actuar en el momento que ve que su misericordia le llega a nosotros pero hay que estar atento, despierto y este es el sentido de estos textos y de este evangelio.

            Ayer en la Eucaristía hablaba del embotamiento de la mente, ya sabemos lo que significa tener la cabeza embotada, estamos empanados, ahora hubiera dicho Jesús “estáis empanados” no nos enteramos de nada porque hay tantas preocupaciones, tantas prisas, tantas cosas que hacer y lo tenemos que hacer de esta manera que lo más importante se nos pasa.

            Decía Jesús ayer en el evangelio, “que no se os embote el corazón y la mente, con los placeres, o las borracheras”. A tanto no llegamos, pero tampoco con las preocupaciones de la vida, porque el estar demasiado obsesionado con las cosas de la vida, embota vuestra corazón y os perdéis la gracia.

            Hoy la lectura de los Romanos, de San Pablo a los romanos, nos ha dicho lo mismo, que nos conduzcamos como en pleno día con dignidad. El que está escondido, el que sabe que nadie le ve se puede permitir muchos lujos, pero el que está a la vista de los demás tiene que ser correcto. La palabra de Dios nos dice que nuestra conducta tiene que ser una conducta de dignidad. Por lo tanto, como en pleno día, nada de comilonas, ni borracheras, ni de lujuria, ni desenfreno, nada de riñas, ni dependencias, nada de todo esto porque con todo esto se nos empana la mente y el corazón. Es solamente esta invitación, este comienzo del adviento, ese decir el fruto de este retiro tiene que ser la atención al paso de Jesús, la atención a ese Jesús que quiere poner misericordia en nosotros, y a ese Jesús que quiere que nosotros llevemos su misericordia a otros y eso evidentemente nos exige una decisión por vivir despiertos.

            Es lo que tenemos que decir, y de una manera muy particular y muy precisa para preparar ahora la Navidad. Porque esta encarnación de Dios, cuántas veces he pronunciado esta palabra en el retiro, el Dios que se hace carne, porque nosotros no podríamos verle, ni podríamos dejarnos tocar, ni podríamos dejarnos amar, ni podríamos dejarnos construir si Jesús no se hubiera hecho carne. Pues este Dios hecho carne, renueva esa encarnación, en esta Navidad y tenemos que prepararnos, desempanarnos, hacer lo que esté en nuestra mano para que cuando el Señor llegue en este tiempo de la Navidad lo podamos reconocer y podamos alegrarnos tanto en su presencia y podamos celebrar unas fiestas cristianas, fiestas por todo lo alto, con turrón y champán y lo que haga falta pero que el motivo de la fiesta sea Jesús, no que tenemos vacaciones que también es motivo de fiesta, no que como son fiestas… no. La encarnación de Jesús, festejar que Jesús está con nosotros, que vive con nosotros.

            Yo quiero invitaros a que seamos un solo pueblo que camina en la presencia del Señor, lo que hemos anunciado en Bizkaia y que ha sido acogido aquí ha sido la invitación que recibimos en Madrid y que la hemos traído para especificarla un poco que nos pone en marcha.

            Qué curioso, el domingo pasado se cerró la puerta de la misericordia pero es ahora cuando Jesús nos envía a ser misericordiosos, es como el fruto de este año de la misericordia no era solamente para vivirla en ese tiempo, sino justamente para que seamos conscientes de que esa misericordia viene con nosotros.

            Acordaos de cuando vayáis a casa.

            Voy a repetir solo una vez un consejo que creo que lo recibí del Señor para mí pero que viene bien para todos. No habléis nunca, ni pronuncies el nombre de Dios cuando estéis enfadados, por favor. Dios, Jesús, es una buena noticia, y por lo tanto si estamos enfadados no damos buenas noticias, no metamos a Dios por medio de nuestras refriegas. Que Dios y Jesús estén presentes eso sí, en nuestra boca, en nuestro corazón, en nuestros gestos, en esos momentos en que tenemos luz, en esos momentos en que tenemos alegría, porque así estamos transmitiendo el auténtico rostro de Dios. Y si Dios no nos quiere meter miedo a nosotros, que a nadie de los que estamos aquí, se le ocurra meter miedo a otros en nombre de Dios. “Te vas a condenar” por favor, nosotros no somos enviados a dar malas noticias, sólo a dar buenas noticias, y dejar que Dios se arregle con cada uno de nuestros hermanos y con nosotros también, así que le damos gracias.